viernes, 20 de diciembre de 2013

2° Foro sobre “LOS DESAFÍOS DE LA LEY DE SALUD MENTAL” - La experiencia acumulada


7 de noviembre de 2013


Lic. Mario Woronowski - Presentación

Bienvenidos. Este es el segundo foro que organizamos desde el espacio del Foro de Políticas Públicas de Salud de Carta Abierta sobre la temática de la implementación de la Ley Nacional de Salud Mental. Al pie de la gacetilla que seguramente les llegó está el enlace para acceder a la desgrabación del primero de los foros. Esta manera de pensarlo tiene una lógica que quiero compartir con ustedes. Todos sabemos que armar un marco legal es eso, poner un marco, un encuadre. No es poca cosa... Instalado un marco, se puede pintar en su interior. También puede armarse sobre una pintura previa, sobre algo que ya está existiendo, y en ese caso es el marco el que viene precisamente a enmarcarla, a encuadrarla. ¿Qué quiero decir con esto? Que la ley, la reglamentación y la implementación son tiempos bien diferentes, y que cada uno de estos tiempos no conduce mecánicamente al que le sigue.
En este sentido, la lógica con la que estuvo pensado este foro - en dos tiempos - fue recibir en primer lugar los aportes de los distintos compañeros de la salud mental que pudieran abordar  algunos núcleos temáticos centrales relacionados con la implementación de la ley, convencidos de que si no se abordan políticas que tomen esos núcleos, la implementación se hace problemática.
Este segundo panel se plantea cómo tratar de trazar puentes entre ese marco legal, conceptual y  reglamentario, y las prácticas concretas que se vienen realizando en el campo de la Salud mental. Tratamos de evitar la clásica dicotomía -cualquiera de ustedes que  trabaje sobre todo en una institución pública va a reconocer en lo que digo una experiencia cotidiana- entre programas o disposiciones que tienen una lógica que podríamos denominar “técnica”, y que son percibidos por los que trabajan en el campo como abstracciones que poco tienen que ver con lo que pasa a denominarse como “la realidad”, con lo que sucede en “la trinchera”. Impugnación que muchas veces no carece de fundamento (los años ’90 han abundado en programas “enlatados”), pero que al mismo tiempo suele constituir bastiones contra cualquier intento de reflexión crítica sobre las propias prácticas. Esa es la lógica que nos motivó a organizar estos paneles, y a hacerlo en este orden. Decíamos sobre los desafíos que implica la ley que
 “su puesta  en marcha plantea transformaciones profundas a todos los actores, instituciones y sectores involucrados”, pero que “contamos con una riquísima historia y con el presente cotidiano de equipos y trabajadores que desarrollaron y desarrollan experiencias de enorme valor, tal vez el capital más valioso a la hora de implementar en una Política Pública el mandato de la Ley”.

Están con nosotros los panelistas, que van a exponer - según lo convenido con los compañeros- con el criterio de ir desde el enfoque más amplio al más focalizado.
Va a abrir  entonces Mario Ceolato, ex-coordinador del Área Infancia y Adolescencia y ex-miembro del colectivo de dirección de la Dirección de Salud Mental de la Provincia de Santa Fe y va a hablar sobre “La experiencia de construcción de una política provincial de salud mental”.
Sigue Hernán Manigot, coordinador del Programa de Abordaje del Padecimiento Humano en la Comunidad del Municipio de Morón, quien va a hablar sobre: “Salud Mental y Acción Comunitaria en el Municipio de Morón”.
Mario Burgos, que coordina el Programa de Residencias Integradas  Multidisciplinarias, PRIM, del Municipio de Lanús), expone sobre “Interdisciplina y trabajo comunitario en el sur del conurbano”. Con una pequeña alteración en el orden, Alejandra Barcala, ex coordinadora del Programa de Atención Comunitaria a niños, niñas y adolescentes de la CABA va a referirse al “Dispositivo interdisciplinario de cuidados de salud mental de niños, niñas y jóvenes con sufrimiento psicosocial”. 
Siguen Marcela Corin, Coordinadora y Jefa del CeSAC 24, y un  compañero de su equipo “Salud mental comunitaria en un barrio del sur profundo de la CABA”. Como Alejandra va a contar en parte la experiencia de la que también formó parte, le pareció que era mejor que Alejandra informara primero sobre el dispositivo y ella lo va a incluir después en la mirada más general sobre el trabajo del CeSAC. Jorge Rossetto es Director de la Colonia “Montes de Oca” y  va a hablar de “Desinstitucionalización y reforma en una institución asilar".
Y por último el  Dr. Ricardo Soriano, ex Director de Salud Mental del Gobierno de la Ciudad, hablará de un “Dispositivo de atención domiciliaria en crisis”, implementado durante su gestión, que muchos seguramente conocen. 


Finalmente, el Dr. Vicente Galli, quien fue expositor en el Primer Foro sobre Implementación de la Ley, hará un breve comentario después de cada exposición.


A.T. Mario Ceolato

Comienzo diciendo que, en realidad,  somos varios los que aceptamos este convite. Somos algunos de los compañeros que integramos la Dirección de Salud Mental de Santa Fe y luego seguimos trabajando, juntándonos y pensando juntos. Lo aceptamos porque nos parecía que era importante poder traer algunos de los matices del colectivo que pudimos construir en aquel momento, para ponerlo a disposición de este otro colectivo que tenemos  por delante para construir, en interacción con la Ley de Salud Mental. A partir de lo que nos pasó en Santa Fe,  pensamos que es necesario que esos colectivos sean lo más contundentes posibles, para poder poner una cuña en este interesante momento de lo normativo, de la Ley, y que la experiencia realmente se traduzca en más derechos. Y sobre todo para que, en el caso de salud mental, se traduzca en una abolición -dentro de  lo que se pueda- de ese plus de sufrimiento que le implica a un ciudadano padecer una crisis  subjetiva en función de los malos tratos,  o de la desubjetivación que sufre en los dispositivos existentes o en los saberes que circulan al respecto, especialmente en los espacios estatales.
Mi interés -lo planteamos con los compañeros antes de que yo lo volcara en la computadora- era traer fundamentalmente dos ideas que nos parecían clave para la experiencia de Santa Fe  y que simultáneamente sentimos novedosas, originales y que se entrelazan íntimamente en lo que fue la experiencia en la Dirección Provincial de Salud Mental. Esta experiencia tenía como norte poder gestar, poder multiplicar modos de clínica política acordes con la modalidad de padecimiento que nos habían traído los 90. Convengamos que el marco político en el que surgió la Dirección Provincial fue el movimiento de trabajadores de la Colonia Oliveros, que buscaba justamente enfrentar ese avasallamiento sobre los poquitos espacios potables que existían, a manos de las aplanadoras privatizantes que fueron los 90.
De esas dos ideas en que me voy a centrar, la primera es la de la sustitución de lógicas manicomiales, en tanto representaciones cristalizadas, instituidas tanto respecto de la locura como de los modos de tratarla, representaciones que estaban implícitas en todas las prácticas públicas, fueran estas sociales, culturales, jurídicas o médicas, y que naturalizaban el rechazo no solamente del padecimiento agudo, subjetivo, sino junto con él, la expulsión del sufriente. En ese sentido, el único lugar de tratamiento que existía para estos padecimientos eran las estructuras monovalentes de la provincia: el Agudo Ávila de Rosario, la Colonia Psiquiátrica Oliveros -institución más que  clásica como su nombre lo indica- y el Hospital de Santa Fe... me olvido el nombre de ese engendro... el Mira y López. Eran los tres lugares a los que los pacientes sí o sí iban a parar en estas circunstancias. Lo que nos interrogaba y nos interpelaba era que esta exclusión no sólo era operada a partir de las prácticas nombradas, sino esencialmente a partir de las prácticas de salud, empezando por el sistema de atención primaria... y de allí la exclusión de todo sistema de salud. No entrando por atención primaria, la única entrada disponible era el monovalente... y de ahí a la cosificación más directa... Entendíamos que estas lógicas antecedían y desbordaban los monovalentes con que nos encontrábamos. Y esto iba mucho más allá del edificio, tenía que ver con la forma de construir lazos entre los profesionales y los pacientes y fundamentalmente, generaban mutaciones. Recuerdo que cuando me incorporé al trabajo en la dirección, me llamaba poderosamente la atención una situación que sufrimos en Infancia con un muchachito “peligrosísimo” de nueve años... Una directora nos pedía que un operador nuestro fuese a darle “la pastilla”, para que el muchachito la “tomara” antes de entrar a clase. Cuando se dice rápido parece una consigna jacobina, pero no se trataba de que el chico tomara la Bastilla...
Yo bromeaba siempre con eso, pero el hecho es que la directora pedía que tomara la pastilla para entrar a clase... Junto a esta adopción del chaleco químico, la otra mutación que sufría la exclusión y me llamaba la atención en esos momentos era la del chaleco de carne, la idea del acompañante patovica, que sufrí en carne propia. Me convocaban como acompañante, no porque mi intervención pudiese tener o no algún acierto, sino porque en esa época pesaba ciento cincuenta kilos y me suponían con posibilidades de poder manipular el paciente a la hora de aceptar una internación en una sala de un polivalente o de un hospital general. Más allá de lo grotesco de las escenas comentadas, esta mutación puede rastrearse todos los días en la práctica, en la discusión cotidiana con los efectores, cuando en el discurso más progresista, más cool, aparece la propuesta -el pedido- de un lugar para este padecimiento. Pero un lugar sin encontrar la lógica, un lugar sin encontrar el tratamiento... Con lo cual aparece la segregación más cruda. Asoma la nariz en un discurso supuestamente cool y supuestamente contenedor. A esto nos referíamos cuando proponíamos hacer hincapié en atacar la lógica, en sustituir la lógica, y no en entrarle de lleno a la cuestión más visible o más trillada de lo manicomial. Fundamentalmente por eso, entendíamos que una política antimanicomial requería de una desarticulación de estas prácticas, requería desarticular las practicas que la justifican, en todo caso, y nos parecía que solo era posible si encarábamos la lógica. Pero fundamentalmente si podíamos enfrentarla a través de otra lógica que estuviese encarnada en una praxis superadora. En este punto también veíamos que una de las patas de la reproducción de las formas de dominación tenía que ver con circunscribirse a lo discursivo; y en ese plano, mientras uno se dedicaba al discurso exclusivamente, el padecimiento seguía intacto y multiplicándose en el afuera.
La otra idea, que acompaña a la de substituir lógicas manicomiales, tiene que ver con la construcción de un sujeto colectivo. En este sentido, nos parecía que los que intentábamos una práctica superadora teníamos que buscar una manera de hacerla inteligible, de poder armar una inteligencia común con estos elementos que nos ocupaban y nos preocupaban. Esencialmente, coincidíamos en que esto tenía que ver con ampliar las capacidades de las personas para poder lidiar tanto con el poder como con la circulación de los saberes y también con la des-circulación de los afectos, en relación con esto del plano del saber. Sosteníamos entonces que la parte esencial del proyecto -voy a retomar más adelante el tema del proyecto- era un sujeto clínico político que no solamente no encarnaba sino que a su vez era el producido justamente por mismo proyecto. También se incorporaban las relaciones y los lazos entre cada uno de los que componían el sujeto colectivo, incluyéndolo a la manera de algo no acabado, a la manera de algo permanentemente en suspenso y permanentemente en reconstrucción. Para ayudarnos a nosotros mismos y para explicárselo a uno u otro no bien predispuesto que se nos cruzaba en el camino, intentábamos plantear que esta tarea guardaba algo de semejanza con el modelo pulsional freudiano, con la idea de que nada se consigue acabadamente y que las tareas a cumplir, en todo caso, eran ese tipo de tareas en que sólo se podía avanzar o retroceder, sin posibilidad de estancarse, de acabar. Descubríamos -creo que después de explicarlo bastante- que teníamos mucha semejanza con lo movimientista, con esa idea de que el movimiento, si se frena, deja de serlo... Esto no se dio al comienzo, yo me enganché con esta idea bastante después. Muchos compañeros comentaban que vino por añadidura a esta forma de reflexionar la construcción del colectivo. Justo es decir que es un colectivo muy influenciado por la increíble compañía de Fernando Ulloa. El colectivo toma de Fernando esta idea de las resonancias, esta idea de que el conocimiento sabio se construye a partir, más allá de la coincidencia o disidencia, de la posibilidad de que cada uno resuene en el otro.
Un elemento de la lógica del sujeto colectivo que nos costó mucho explicar fue justamente esta posibilidad de romper con la lógica del poder que supone algo sucedáneo con respecto a las jefaturas. Nos parecía que todo lo que reproduce el sistema tiene que ver con una substitución metonímica de los jefes y las instituciones. Nosotros nos proponíamos una sustitución pero a la manera de una metáfora, paralela a esta, suponiendo que en la dirección iba a haber  un colectivo y no un jefe y, en todo caso, desmoronando todo lo que tiene que ver con la espera y la desesperación de un Jefe. Descubríamos que algo del padecimiento se superaba, inclusive entre los trabajadores, si podíamos considerar la práctica independiente de la existencia de un Jefe, y en todo caso peleando contra ella. Acá hago un alto el fuego... Estoy seguro de que no le gustaría que lo nombre, pero obviamente,  como estamos en contra de la lógica del jefe ... lo hago. Digo que son originales los dos conceptos presentados porque son dos conceptos que fueron  paridos por el compañero Gustavo Castaño. Él dice que, en realidad, es el colectivo el que lo parió, pero nosotros decimos que somos colectivos a partir de él. En todo caso,  deberá hacerse cargo en algún momento de estas dos originalidades.
La parte más filosófica del colectivo que intento describir es algo que tiene que ver con la convicción de que lo que estábamos haciendo debía construirse, que no era natural y no estaba dado... era algo que no era, algo que tenía que ver con construir limites ficcionales, puesto que eran límites que no existían. En todo caso lo que nos propusimos era un colectivo ficcional. Un colectivo ficcional que nos costó mucho debatir en contraposición de lo que el resto de los yoes proponía, que era la ilusión... En todo caso esto ficcional debía recrearse todos los días y tenía como primera espada de Damocles la reificación, esta cosa del marxismo que tiene que ver con re-cosificar, con sobre-cosificar. Lo que practicábamos si no tenía estas sutilezas,  este suspenso, tendía a transformarse en objeto y otra vez, dispersarse en cada uno de los que trabajábamos.
El otro elemento que marcó el trabajo del colectivo era la pertenencia al Estado, la condición de poder ir pensando un Estado desarmando las representaciones que estaban en cada una de nuestras cabezas. La idea de poder concebir un Estado como un territorio, como un entrecruce entre saberes, entre poderes, como algo más dinámico.
El punto que yo planteaba con respecto al proyecto era permitirnos pensar nuestra práctica como un proyecto dentro de otras cuestiones que tenían que ver con la gestión, pero sin abandonar nunca la condición de proyecto. Creo que esta  condición está tomada de Castoriadis.  Esta cosa que tiene que ver con el armado de lo real a partir de las representaciones que esa transformación supone, y en todo caso acompañada exclusivamente de una praxis: no podía ser fuera del ámbito de la práctica.
En esto de construir políticas públicas de salud -es redundante hablar de político  y público, cómo puede algo ser público si no es político, puesto que es el caso entre  los pares de la polis-, sabíamos que nuestra práctica era violenta. Era desarmar ficciones, era atacar parcelas de poder, era meternos con la circulación de poderes y saberes. Y bregamos porque todo el mundo tuviese en cuenta que estábamos violentando el sentido común para poder estar a la altura de las circunstancias y para poder soportar el chubasco que esto nos traía aparejado.
Este punto de estar en tensión con la gestión hacía que, más allá de gastar mucha energía libidinal haciendo existir esto de lo plural y de lo singular dentro del colectivo, todavía nos faltara la pelea original, que era justamente pelear contra eso que estaba instalado, para lo cual el colectivo ficcional había sido construido y que a su vez actuaba sobre el colectivo. Así sufrimos dos golpes. El primero a manos de un espacio sindical, que a la manera de las corporaciones atacan como partido político y se defienden como sindicatos, y que no entendía esta cuestión de poder poner en suspenso la construcción del proyecto y que este no se salpicaba - la pelota no se mancha, decía Diego - con algunas cuestiones que uno tenía que tomar en la gestión. Es decir decisiones de la gestión cotidiana que posiblemente iban en contra de lo que uno estaba planteando como núcleo, pero que no inhibían la posibilidad de seguir construyendo inteligencia hasta un punto, un nuevo momento y un salto de calidad donde lo que pensamos puede ser llevado a la práctica. El otro golpe lo sufrimos por vivir en una provincia con una dirección política social-demócrata. Padecimos lo que padece todo movimiento ante un partido político. Un partido político se pone paranoico ante la presencia de una estructura que supone un espacio vacío en lugar de un Jefe, que supone lo colectivo, etc, etc. No voy a hablar sobre eso.
En todo caso, esto de primero pelearse contra uno mismo y pensarse uno mismo para  poder abordar con el otro la tarea que teníamos por delante , también muestra la fragilidad del colectivo que quisimos construir, una fragilidad que, más allá de un sujeto inasible -este sujeto colectivo-, ya dejó marcas en Santa Fe. El cierre del “Corralito”, ese famoso psiquiátrico dentro de la cárcel de Coronda, fue fruto de este  sujeto colectivo y es parte de la marca que produjo en la salud mental santafesina.
Decidimos venir acá porque vemos que la construcción de un colectivo se hace en función de una batalla cultural. Nos parece que en esta batalla cultural hay que incluir la dimensión del usuario. En una provincia donde todavía piensan que la atención primaria de la salud mental empezó con Alma-Ata para poder esconder el retrato de Carrillo, encontrarnos con  Débora Ferrandini en la provincia, con  la inmensa Débora, también fue la posibilidad de continuar, un tiempo más, la construcción de este colectivo. Una Débora Ferrandini, siempre recordada por los compañeros, que quizás no venga del lado más deleuziano, más spinettiano/spinoziano, de Gustavo Castaño, pero sí venía de un movimiento cristiano, de una convicción, de una apuesta a la asamblea, a la participación popular, y también de una tradición donde el primer lugar es un casillero que siempre está vacío, siempre está ocupado en espíritu. Esta característica también hizo posible confluir con Débora en esta renuncia a una concepción metonímica de la jefatura, con toda la valentía que eso implica, porque Débora era Secretaria de Salud en ejercicio. No era una simple hilación intelectual, sino que puso al servicio de la construcción de esta concepción de salud su propio lugar en la provincia. Una Débora que nos machacaba permanentemente con  que, más allá de ser un derecho, la salud era un bien colectivo y necesitábamos pelear fuertemente contra la concepción del derecho más liberal, que lo pensaba terminando donde empezaba otro derecho. Débora nos enseñaba que en materia de salud y en materia de derechos nunca se es sano o nunca se es libre si no es sano y es libre el otro. Nos pareció - me pareció - que hacía falta  colocar también a Débora en la historia del colectivo de salud mental de Santa Fe.
Para terminar, yo planteaba antes que peleábamos contra la idea de lo ilusorio, a lo que contraponíamos la idea de lo ficcional. De lo ficcional como un acto sublimatorio y fundamentalmente como algo que se diferenciaba de lo ilusorio porque la ilusión se muere en la desilusión. En cambio lo ficcional moría o por falta de creatividad, o por una decisión. Nos parecía desde el colectivo de Santa Fe que era el momento de poder tomar la decisión, de ser más creativos e invitar a ser más creativos en esto de construir un colectivo que acompañe las conquistas de la normativa acerca de la Ley de Salud Mental.

Vicente Galli
Mario, sería interesante, para quienes no conocen la experiencia de Santa Fe, que ubiques la época a que te estás refiriendo, los años.

Mario Ceolato
Si, el movimiento de los trabajadores de la Salud Mental de la Colonia Oliveros tiene como fecha aproximada el 95 al 98/99. De aquella experiencia surge un colectivo de trabajadores que tiene una participación descollante en el momento de la inundación de Santa Fe, a partir de la cual comienza a instalarse, en trabajo con las comunidades, la necesidad de reabrir una Dirección de salud mental que no existía en la provincia. La experiencia de la dirección se puede ubicar del 2003 en adelante, hasta el 2010/ 2011, agosto, cuando se pide la renuncia Débora Ferrandini y la renuncia Gustavo Castaño porque ambos saludaron la Asignación Universal por Hijo y la consideraron la medida de salud más importante de los últimos cincuenta años. Eso enojó al establishment y ... se terminó la experiencia. Por eso soy uno de los “ex” que está acá en la mesa.

Vicente Galli
Le pedí este dato a Mario porque yo conozco la experiencia de Santa Fe, y he leído sobre ella. Muy condensadamente contó los núcleos conceptuales, ideológicos, experienciales y prácticos de lo que fueron creando, con sus distintas vicisitudes, que mucho tuvieron que ver con los contextos políticos e inclusive con las tragedias llamadas naturales - la inundación - relacionadas con faltas de prevención para ese tipo de hechos.
Como comentario general, hoy hay siete presentaciones que corresponden a categorías muy distintas de acciones prácticas en la inmensa y polifacética problemática de la salud mental. La presentada hace a un intento con bastantes indicios de haber andado muy bien en algunos momentos y con bastantes contramarchas, ataques y variaciones, que se desarrolló en Santa Fe. No sé en este momento qué queda de todo eso, pero lo importante es destacar que es una experiencia de transformación desde adentro del sistema signada por esta modelización de las lógicas manicomiales y el luchar contra las lógicas manicomiales desde la construcción de los sujetos colectivos y sin repetir la historia de las cadenas de poder  que dentro del sistema de salud están organizadas con la lógica del poder militar, que fue lo que  sirvió de sustrato para la organización del sistema de salud del ...* . Cuando la gente comenzó a dejar de ser cuidada por las organizaciones religiosas y se crean los primeros hospitales, estos se crean sobre el modelo de los cuarteles, porque los primeros hospitales eran necesarios para la guerra, para recuperar la mano de obra y así seguir guerreando. No era para recuperar la mano de obra con el fin de que tuviesen salud los trabajadores, sino para tener soldados para la guerra. Así se organizaron los hospitales, y los manicomios son continuación de esa organización. Dentro de la cultura hay muchísimas institucionalizaciones que dependen así de las jerarquías autoritarias, donde teóricamente aunque se cambien las figuras que ocupan cada lugar, la estructura de poder está diagramada de una manera exacta. En este caso, para “contener” y encerrar al enemigo, que es la locura de los que están marginados y metidos ahí adentro  y que tienen que ser cuidados. Parecido a una cárcel. El trabajo con las lógicas manicomiales fue justamente el intentar cambiar no sólo el discurso sobre lo que había que hacer sino la organización misma de la gente que estaba trabajando en la fundación de esos colectivos, que eran los que tenían que reemplazar las estructuras de poder tradicionales. Creo que hay mucho jugo para sacar de estas experiencias. Si uno se fija en las experiencias internacionales, la reforma psiquiátrica italiana fue justamente una experiencia de implosión desde adentro del manicomio, utilizando la energía retenida dentro de este para hacer la transformación desde adentro hacia afuera. No comenzó de afuera para adentro... Y esta es una de las posibilidades.





Lic. Mario Burgos

Buenas noches. Me cuesta pensar sin moverme [risas]. El PRIM Lanús es un programa de residencia integrada multidisciplinaria, esto quiere decir que integra enfermeros comunitarios, médicos generalistas, psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales. En total son 40 en el caso de Lanús. Hay cuatro programas PRIM en la provincia de Bs As. A mi criterio, ésta debería ser la formación  de todos los residentes de salud del país, pero en realidad no superan los cien. Es decir que somos un porcentaje mínimo de la provincia y en el país hay muy pocas experiencias similares, lo que hace que el resto de los residentes continúen en su formación de residencia con la que tienen en sus universidades -cada cual la caracterizará a su modo-, que creo que siguen siendo absolutamente parciales.
Este PRIM tiene dos referencias institucionales. Una es el Hospital Narciso López, relativamente relacionado con su comunidad, a tal punto que aunque sea provincial, la gente lo conoce como “el vecinal”. Lógicas del conurbano: llamar a las cosas por lo que no son, pero que de todas maneras son. Este hospital, que  iba a ser cerrado, fue defendido por la comunidad y quedó así como el vecinal para la gente. El otro punto de referencia es la Unidad Sanitaria 1° de mayo, situada en Villa Sapito, límite entre Avellaneda y Lanús. Es probablemente una de las zonas más pobres de Lanús y tiene una especie de  anexo, que es la Unidad Sanitaria La Maquinita.  En esta Unidad, que era un  comedor medio convertido en unidad sanitaria por la incorporación de algunos profesionales, se despliega nuestra mayor parte de  atención al padecimiento mental. Ahí se fueron organizando  talleres, en el comienzo, por inquietud comunitaria de un psiquiatra y una psicóloga.  De algún modo se plantea -se lo mencionaba en el  panel anterior al Dr. Galli- una “mininvasión” a los barrios. Hay gente que vuelve de las instituciones psiquiátricas a los barrios. La vuelta tiene que ver probablemente con una política de las mismas instituciones, con la falta de cupo, pero también porque la gente vuelve. Y este psiquiatra, la psicóloga y progresivamente los residentes,  tuvieron el buen tino de decir: “Abrimos consultorio y en el mientras tanto, tratemos de ver que necesitan decir y qué saben hacer los que van viniendo...”. Al punto que en este momento tenemos una serie de talleres, uno de carpintería por ejemplo, atendido por pacientes.
De los 60 pacientes con diagnóstico de psicosis, un 30% tiene el trámite de discapacidad hecho. Otro 30% tiene alguna contención familiar y otro 30% va y viene de situaciones de inestabilidad varias. A estos pacientes no los “hicimos” psiquiátricos nosotros, ya venían caracterizados así: 60 de ellos inclusive tienen diagnóstico de psicosis y alguna cosa parecida y 50 tuvieron más de una internación, básicamente en el Estévez, las mujeres, y en el Borda los varones. Actualmente el Evita, que es un hospital general, tiene un cupo para 18 pacientes para crisis temporarias. Esa es la estimación, aunque ya se va instalando una continuidad en algunos. Algo a tratar: si hay gente que desde que se abrieron estos consultorios, tiene una crisis temporaria y sigue allí, podría estar reproduciéndose la manicomialización en otras instancias. Me voy a referir a este tema más adelante porque es mi ocupación y preocupación principal.
Retomo el tema de los talleres. El taller de macramé, origami, tejidos tiene 60 participantes. Hay uno de cocina y camaradería en el que en realidad no aprenden a cocinar, sino que traen cosas para compartir con los demás, por eso el nombre -un día café, otro tortas fritas o lo que fuere. Hay otro de lectura y escritura y otro de bijouterie, de 15 participantes cada uno.
Esto de la interdisciplina, la multidisciplina y la visión integral de la salud suena muy lindo cuando se presenta, pero es una fuente de conflictos permanente. Una de las características más interesantes del equipo de salud es que vive en conflicto. Hay una disputa entre las disciplinas, y dentro de las disciplinas, entre los quienes tienen responsabilidad de conducción y los residentes. En la complicación no deja de ser interesante, porque de alguna manera traslada a nuestro espacio el conflicto y la gente sigue viniendo.
Las 150 personas rotan, de manera que 85 por lo menos vienen todas las semanas, en dos días que son los martes y los viernes. Uno de los grandes conflictos tiene lugar con la psiquiatría, porque por un lado la idea es que haya interacción, paridad entre las disciplinas, no subordinación, etc. Pero por otro se le reclama que tenga todo controlado y resuelto.
En general hemos tenido, desde que me hice cargo del PRIM hace un año, un año y medio, un par de derivaciones e internación temporaria que tienen que ver con situaciones de importante amenaza de suicidio. Es el único motivo por el cual la internación se evaluó como necesaria y afortunadamente en un caso la persona ni siquiera fue al Estévez, termino derivada a un hogar. Se trata de una persona que combina una cierta situación de precariedad con un consumo intenso y prolongado de anfetamina y otras drogas y va y viene constantemente de esa situación.
Hecha la presentación general, les señalo que con el paso del tiempo, a medida que se comienza a discutir la Ley, el Plan y además, teniendo en cuenta que nuestro espacio es privilegiado en el conurbano bonaerense -ni siquiera en todos los hospitales públicos se da un espacio en el que se junten quince trabajadores de la salud mental –, empezamos a discutir la producción de un Plan de salud mental para toda el área geográfica. En general todos estos pacientes son del área, pero en la medida en que se van comunicando -cuando van a buscar la medicación al Estévez o por vinculaciones familiares- empiezan a venir de Quilmes, de Florencio Varela, de zonas bastante distantes y se hacen habitués. Una cosa que quiero mencionar porque va a tener importancia para lo que diga después es que la mayoría de esta gente fue a votar, votó. Retomaré esto más adelante.
Acoto aquí que sabíamos que en el barrio hay muchas más personas con padecimiento mental que las que estábamos atendiendo. Se cumple esto de que la gente pobre se enferma más, aunque uno quisiera que no..
Cuando empezamos a discutir la construcción de un Plan de salud mental, realmente la situación se fue complicando. Tuvimos dos, tres meses de discusión hasta que alguien -no específicamente de salud mental- plantea ¿por qué se había propuesto un plan de vinculación, acompañamiento y trabajo con  personas en padecimiento mental y no uno integral que abarque toda la salud?
Quisiera al respecto compartir algunas reflexiones sobre este punto que tiene que ver con el tema de la implementación de la ley. La respuesta implica varios aspectos y esto en lo que avanzo es ya de índole personal.
Aclaro que no me posiciono desde fuera de lo que voy cuestionar. Soy un profesional de Salud Mental, pero también me crié en el pueblo de Torres, el pueblo de la Colonia Montes de Oca (me acabo de encontrar ahora entre los presentes con el hijo de un compañero de escuela primaria. Es hoy encargado de comunicaciones de la Colonia)
Mi viejo se jubiló en esa Colonia como responsable de la portería, en el tiempo de los militares. Antes estuvo a cargo del pabellón (los llamaban “villa”) 8, el de quienes trabajaba en el tambo, la usina, etc., de alguna manera los más capaces, productivos. Se jubiló por los militares por muchas cosas, pero básicamente porque después de tener que ir varias veces a visita a varias cárceles, descubrió que entre lo que él veía en el manicomio y lo que él padecía en la cárcel no había diferencia. Y si la había, era “a favor” de la cárcel. Los presos políticos eran muy respetados por los carceleros, eran odiados, maltratados, torturados, asesinados, pero muy respetados, porque en general eran considerados gente con una capacidad intelectual y organizativa muy superior a la del personal del SPF, todo lo contrario a la consideración que recibían los internados, los alienados, como se los llamaba en la colonia en aquel momento. Mi viejo -perdón la autoreferencia- era un desocupado petrolero convertido en enfermero por las facilidades que daba este tipo de institución para adquirir la profesión practicando directamente con los pacientes. Afortunadamente para aquellos su vida le permitió acceder a un nivel de sensibilidad mayor que la media y esto se traducía en mayor humanidad en el trato.Bien, prácticamente pase la mitad de mi niñez y la adolescencia vinculado a ese establecimiento. Eso no quiere decir que mis razones sean válidas, sólo que tengo alguna experiencia sobre lo que comento.
¿Por qué un plan de salud en el espacio comunitario?
1-  Un elemento de oportunidad. La ley de Salud Mental,  su compromiso de implementación y promoción, pueden abrir una grieta importante por la que marchemos hacia una nueva subjetividad en la que pueda incluirse, de un modo que aún no podemos descifrar, todo aquello que estuvo silenciado, trastocado y sepultado por el dispositivo manicomial y los desarrollos asociados.
Entonces, tenemos la Ley. Una demostración de que no necesariamente las cosas van de abajo hacia arriba. Este es un hecho burocrático, que podemos a aprovechar o no, es nuestra decisión. Viene desde lo institucional, por más que hayamos militado antes movimientos de presión. Lo cierto es que, en este momento, encontramos una oportunidad burocrática que otros movimientos de presión no lograron.
2- Un elemento de marco social. ¿Por qué hacer esto en el barrio? Porque, a diferencia de otras medidas de inclusión que ha producido este gobierno, La Ley no tiene un sujeto social fuerte.Y las leyes y la inclusión no se sostienen sin un sujeto social que lo provoque.
A diferencia de otras medidas de inclusión,  ni la ley ni el programa cuentan con un sujeto social capaz de sostener las transformaciones y confrontaciones que abriría el desarrollo e implementación de un nuevo paradigma.
Yo estoy en esta actividad pero también trabajo con personas viviendo con VIH desde 1985 y realmente creo que es un buen ejemplo de cómo la constitución de un sujeto social obtiene cosas, pero además las sostiene cuando las condiciones burocráticas generadoras han desaparecido.
O la asignación universal por hijo: no solamente es una decisión inclusiva del gobierno, sino que está precedida por toda una trayectoria de reclamo de los gremios y del sistema sindical argentino, de la estructura sindical,Tiene detrás todas las organizaciones sociales que se conformaron con desocupadas y desocupados, de modo tal que cualquiera de nosotros está casi seguro de que venga el gobierno que venga en este país -a menos que pasen cosas muy extraordinarias- va a tener que recoger esa inclusión. Señalo aquí la existencia de algo que todavía no se produjo: el reconocimiento de que la AUH es una devolución del Estado por los años que el Estado neoliberal hambreó a la sociedad. Es una indemnización del Estado a los sectores sociales que fueron excluidos por políticas del mismo, no es un beneficio. Hay una visión de beneficio por el proceso burocrático que la genera, porque queda borrado el hecho social que la precede. Lo retomaré después, pero anticipo: ni la Ley ni el Plan de SM tienen referencia alguna al término ciudadanía. Veremos que algo se significa cuando una ley trata un tema pero no lo nombra.
Del mismo modo, la  Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad Sexual están precedidas por luchas y organizaciones que por lo menos se remontan a la década del 70 y que además no son solo nacionales, porque gracias a la globalización también vienen del afuera hacia adentro. En estos casos, la modificación de prácticas institucionales, sociales, y la que se produce en la propia subjetividad que genera este tipo de legislación, está sostenida por un sujeto que pelea. De modo que nosotros podemos ver que hace 20 años a las marchas del orgullo gay iban unas cuarenta personas de las cuales unos cuantos éramos curiosos, y en este momento son multitudinarias, y va a seguir siendo así. Perdonen la digresión, pero cuando entra el FLH -Frente de Liberación Homosexual- a la Plaza de Mayo, el 25 de mayo de 1973, eran diez, quince personas, y alrededor de esas diez personas se hizo un anillo de vacío. Nos agregamos algunos que reconocimos en el grupo al líder de ese proceso, Néstor Perlonger, por su condición de homosexual militante y porque era el jefe de organización del cuerpo de delegados de Filosofía y Letras, lugar donde se estudiaba psicología en aquel tiempo.
Volviendo, digo que los profesionales y el ámbito profesional  no alcanzamos para construir ese sujeto social. Está demostrado: las experiencias alternativas de los ´70, como el Estévez, Entre Ríos o Córdoba, o las más recientes, han sido efímeras o han tenido poca capacidad para proyectarse a nivel nacional.
El sujeto de la desmanicomialización debemos buscarlo entonces entre las personas con padecimiento mental y quienes están vinculadas con ellas. Un problema es que  hay muy pocas posibilidades de identificación, porque la locura forma parte de un dispositivo de segregación.   Pueden observar que entre las grandes demonizaciones modernas la segregación de las personas con padecimiento mental tendió a equiparar o superar el nivel de la sufrida por las disidencias políticas, la población GLTTB o las personas viviendo con vih.
La locura - esto también hay que recordarlo- es una construcción profesional, el fruto de la institución y del dispositivo manicomial. No quiere decir que no exista, sino que tiene un marco y una forma de ser presentada a la cual estamos todas y todos sometidos desde el mismo momento en que tomamos contacto con ella. Y hasta tanto no se construya un sujeto social de este espacio  humano vamos a seguir derivando en la misma actitud aunque intentemos hacer otra cosa.
La constitución de un actor social del padecimiento mental, con lo de rechazo que esto implica,  reclama acciones que revinculen a estas personas con sectores con los que puedan potenciar su inclusión; familiares, allegados, su medio geográfico de origen, personas con las que jueguen identificaciones vinculadas a la exclusión. El reclamo de reparación posible del daño infringido por el Estado y el ámbito sanitario en particular no sería un componente menor de la gestación de ese sujeto. 
El lugar de Lanús en que se inscribe la residencia, Villa Sapito, parece viable para intentar un aporte local a este proceso. En sus habitantes se condensan las formas múltiples de la exclusión 1976/2003 y buena parte de las personas que comparten el espacio de La Maquinita, están vinculadas a aquellos por lazos de familia y/o vecindad.
Volviendo a los Trabajadores de Salud Mental y nuestras disciplinas, repito que no podemos sustituir a las personas con padecimiento de mental. Esto tiene que ver con el tercer motivo
3 - Un elemento de responsabilidad e involucramiento.
El tercer elemento que justifica el pensar un programa comunitario es que los trabajadores de la salud mental no somos ajenos al proceso de destrucción que generó el sistema manicomial, somos parte de ello, nos formamos en la misma perspectiva por más que hayamos trabajado en contra.
Y la manera de romper esto no es solo epistemológica. El contacto y la interacción con estas personas en el espacio en que pueden ser menos débiles, esto es en sus propios barrios, en su propia comunidad, es la manera política de intentarlo. Para romper con el paradigma de la locura actual, necesitamos que estas personas se empoderen, de algún modo vinculadas a sus familias, a sus barrios, que se generen circuitos de identificación que hagan que otros excluidos los contengan y los devuelvan a un marco colectivo de ciudadanía. Por supuesto que esto va a ser muy confrontativo, no hay duda.
¿Por qué hacerlo? Por ellas y ellos y por nosotros. Los profesionales también  somos parte del dispositivo que dejó a esas personas sin ciudadanía, el que generó la justificación para ese despojo, en el que se generaron prácticas de alienación que construyeron la locura tal cual la conocemos. Y ese dispositivo, el manicomial, del cual el manicomio es hoy por hoy la parte más visible, la más desagradable y por tanto la más fácil de cuestionar y dejar atrás,  el dispositivo manicomial está aún intacto, persiste en nuestras prácticas y abordajes, en el objeto que construimos, en las corporaciones en que nos referenciamos y llevará  bastante tiempo de ejercer nuevas prácticas,  en un marco social y en vinculación con un actor no subordinado, para que se den las condiciones para la construcción de nuevas relaciones, nuevos conceptos y nuevos abordajes.
El sistema manicomial sigue vigente como estructura teórica, como concepción ideológica y como estructura  material, y además en tiene como marco un sistema de salud que fundamentalmente está basado en la perspectiva de trasladar recursos sociales y públicos desde el sistema público al privado. Este es el problema. Estamos expuestos por lo tanto a un proceso que ante cualquier cambio de perspectiva política puede generarnos una serie de pequeños psiquiátricos convertidos por obra y gracia del trabajo de tabicamiento(en anexos–clínicas, hospitales de día, etc.) de instituciones generales donde el paciente vuelva a ser sentado en una silla a dormir.
Nuestras disciplinas necesitan de estos nuevos actores y nuevas condiciones para que podamos repensar el padecimiento mental a la luz de esas experiencias
Pongamos, como ejemplo, las elecciones 2013. En algunas instituciones se promocionaron entre los pacientes. En Cabred, Estévez,  Ramos Mejía (La Plata), Taraborelli (Necochea), 250 manifestaron su deseo de votar y lo concretaron. También 4 en El Sauce, Mendoza, otros en Melchor Romero (PBA). Es un paso, pero un paso de gigante hacia la recuperación de ciudadanía por parte de estas personas.
Se invocó en esta actividad un párrafo de la Convención internacional de los derechos de las personas: "participar plena y efectivamente en la vida política y pública, en igualdad de condiciones que los demás”. Detengámonos en esta definición, de ésto los había excluido el dispositivo manicomial. En primer lugar de su condición de ciudadanos y a partir de allí,  de los derechos que ella implica
El 24 de marzo de 2004, un presidente dijo: "vengo a pedir perdón de parte del Estado argentino..."   Fue además de un hecho político, un hecho sanitario. El más importante y de mayor alcance que se haya producido en esta última década y no viene de nuestras profesiones sino del ámbito político. Ese día, el Presidente de la Nación le dice a la sociedad argentina que le quiere pedir disculpas en nombre del Estado argentino por las barbaridades del genocidio. En un mismo gesto (continuado por el “no les tengo miedo” y la bajada de los cuadros, Néstor Kirchner mensura la magnitud de un crimen como el genocidio, identifica a los culpables, establece la responsabilidad del Estado como único espacio y sujeto con el poder suficiente como para impedir, perpetrar o castigar un crimen colectivo cometido por la totalidad de sus aparatos represivos, suprime el "todos somos culpables" por el “puedo acompañar, reclamar, difundir lo que se haga por memoria, verdad y justicia" y con todo ello hace un corte, tan amplio como es posible, entre estas aberraciones del poder y nuestras  culpas individuales más primitivas, aquellas que sostienen nuestra sociabilidad, nuestro acceso al amor y  a la productividad.
Nuestras profesiones de Salud Mental, desde cada profesional individual hasta las corporaciones,  aún le debemos ese corte a todas las personas con padecimiento mental, a aquellas que quizás puedan disfrutar algo de lo que se abre con la nueva legislación,  también a quienes no pudieron verlo. Como aquel gesto junto a la ESMA, éste gesto es necesario para construir una nueva sociabilidad, en la que aquellos que viven algún padecimiento mental queden dentro con pleno derecho. Nueva sociabilidad en la que la locura, relativamente librada de  las mil formas de violencia con que se la quiso sepultar, se ofrezca en su diferencia a una nueva mirada, nuevas relaciones, nuevas posibilidades de vínculo.
Estamos aquí seguramente, entre la parte profesional que ha bregado por los cambios que hoy se viven, pero creo que no alcanza si vamos hacia ellos prescindiendo del papel histórico de las profesiones en las que nos referenciamos.
Ellas brindaron los argumentos, mediante la figura del "”incapaz"” y las mil construcciones que empujaron  a la locura fuera de lo humano y habilitaron la sustracción de ciudadanía.
Hay una noción común en todas las  noseologías  que se han creado sobre la locura: los que nos consideramos cuerdos habríamos accedido a algo -orgánico,  simbólico o experiencial- de lo que carecen quienes la padecen. Ello establecería en ellos/as una subjetividad precaria, limitada. En términos freudianos, la casi imposibilidad de amar, producir y socializar que caracterizan la vida humana.
Otro elemento casi universal es reconocer que las personas con padecimiento mental encuentran a nuestro mundo tan amenazador como ajeno e inaccesible.
Por último, compartimos el reconocimiento de la ciudadanía como fuente de identidad en las sociedades modernas. Quien no accede o es excluido de ella entra en un cono de invisibilidad, aislamiento y exclusión que lo expone a todos los males.
Aún no encontramos el modo de que aquellas personas accedan a lo que les falta ni estamos seguros de saberlo. Cambiar el mundo por completo también nos queda lejos, pero sí podemos hacer algo por ellas: restituirles de modo fundado su ciudadanía y con ello  eliminar aquello que el Estado, su sistema de salud y nuestras profesiones hicieron para suprimir la subjetividad de estas personas y para que el mundo les resultara más extraño e inhóspito. Y reconocer, como condición para que también nuestras profesiones puedan librarse de aquello que nos hace más inabordable la locura, qué hicieron estas profesiones para justificar  las prácticas e instrumentos con los que se amplificó el padecimiento mental y se completó la desubjetuvación de tantas personas. A saber: retiro de documentos, chaleco de fuerza, baños de presión con agua fría,  electroshock,  shock químico, lobotomías, uso de medicamentos comprobadamente inútiles, prácticas sexuales forzadas por imposibilidad de acceder a prácticas consensuadas, etc. Reconocer todo esto incluso quienes no creamos ni realizamos algunas, pero igual convivimos con ellas.
Por supuesto que se trata de un imperativo moral, pero entiendo que es la vez la condición para que nuestras profesiones den un salto a la medida de lo que la nueva Ley habilita.

Vicente Galli
Voy a ser muy breve. Mario Burgos dijo muchas cosas muy importantes. Creo que la Ley Nacional de Salud Mental, desde el momento que encara todo esto vinculado con la salud mental, apoyado en los derechos humanos y en la defensa de los derechos de los ciudadanos a mantenerse como tales, engancha totalmente con esta perspectiva. Lo que falta es justamente hacer la vinculación  con la formulación desde los derechos humanos, y lograrlo. Pero justamente la experiencia de lo que se ha avanzado en el país desde que se formularon los derechos humanos como una promesa, como un pedido, como un deseo, más todo lo que se ha trabajado y se sigue trabajando y lo que sigue apareciendo, como los archivos secretos en la aeronáutica, por el trabajo insistente de una cantidad de gente que al final logra convencer para que alguien dentro de la fuerza diga por fin “ahí adentro hay algo escondido que sirve”, da cuenta de lo que va a ser la larga lucha para adelante y de lo que se puede ir logrando... Una sola cosa más sobre una de las  múltiples cuestiones de las que habló Mario. Antes hablamos de experiencias dentro de las lógicas manicomiales intentando cambiarlas, en la comunidad intentando que la gente no vaya al manicomio, y entre las cosas que planteó Mario, está la experiencia de la gente que vuelve del manicomio al barrio, que ahí hace algo, y mucho. Y parece que se puede hacer y bastante. Una de las cuestiones vinculadas con la ciudadanía es tener trabajo. Creo que esos talleres son también una posibilidad de comenzar a ver cómo se puede organizar algo que se produzca como actividad donde el ciudadano tenga alguna ganancia por lo que hace. Es una manera de ganar ciudadanía.



miércoles, 18 de diciembre de 2013

Lic. Hernán Manigot

Buenas tardes. Voy a comentar un poco la experiencia del trabajo del Programa de Abordaje del Padecimiento Humano en la Comunidad en el Municipio de Morón. Después una compañera va a leer un pequeño escrito. Justificaré este artilugio durante la exposición, pero me pareció importante que algo de esto esté presentado.
El trabajo fuerte del programa arrancó en el 2007, con una propuesta de lo que fue la gestión en aquel momento  del Hospital Cabred de Open Door. Estaba Leo Zavattaro. En ese momento el plan estratégico del Hospital proponía, con un criterio de proximidad geográfica, favorecer las externaciones y evitar internaciones innecesarias. De esta manera, se firmaron algunos convenios con distintos distritos. En Morón, que fue uno de ellos, empezó a funcionar una casa de convivencia y se descentralizaron los consultorios externos. Esto se sigue sosteniendo, aunque muy cernido a esas épocas: la gestión cambió y no se ha movido mucho de aquello inicial.
Pero, concretamente, la experiencia significa que hay cerca de cien pacientes circulando por un centro de salud. Hay algunas dificultades actualmente, en relación con Recursos Humanos, hay alguna discusión con el Hospital, pero esos pacientes que circulan por el Centro de Salud reciben la asistencia y el acompañamiento que necesitan, sin tener que atravesar la provincia para llegar a Luján. La Casa de Convivencia funciona también como un dispositivo que les permite a cuatro vecinos, que no son de Morón necesariamente, porque por una cuestión de aquel momento eran quienes reunían las condiciones que, conversando con nosotros, definía el hospital. Esas cuatro personas están gozando de la libertad y como la mayoría de las personas que están en Open Door cuentan con el alta clínica y con la posibilidad de no estar encerrados.
Queda así presentado básicamente el Programa, que funciona en la Secretaria de Relaciones con la Comunidad y Abordajes Integrales. Es un movimiento interesante, porque no estamos en la Secretaria de Salud y Desarrollo Social, y me parece que eso abre un poco y permite pensar algunas cuestiones de relaciones con la comunidad y abordajes territoriales. La Secretaría tiene un sesgo más transversal, no tan específico. Las Direcciones que la componen tienen una mirada  transversal en diferentes ámbitos: derechos humanos, dirección de politicas de genero...
De a poco fuimos transformándonos en una referencia para situaciones que empezaban a surgir en distintas áreas de compañeros del Municipio -acción social, tránsito- y pedían al Estado algún recurso, presentaban alguna dificultad o alguna necesidad de asistencia. Pero algo de la oferta y la demanda no terminaba de hacer juego en estas situaciones y generaba -genera- situaciones muy complicadas. Por ejemplo, a una vecina que va sistemáticamente a la misma hora todos los días ya se le ofreció todo, se le resolvió el problema, pero algo insiste...y se generan situaciones complicadas de resolver: gritos e insistencias que no quedan agotadas con la asignación de recursos etc... Es una de las cuestiones que pueden ocurrir. O vecinos que se pelean unos con otros: “¿Cómo la voy a estar envenenando a través del tanque de agua si yo...?! ¡Escuchame, está loca!”. Y entonces interviene el Programa de Resolución alternativa de conflictos con quien tenemos mucha relación: “Che, mirá, es este caso. La mediación no es muy potable porque hay uno que acusa al otro de que está loco y ...”. Se acusan perjuicios que no son contrastables con la realidad. Se trata de situaciones que no hacen relación con lo que se ofrece en los servicios.
Nos fuimos encontrando con todo un mundo... Siempre cuento acerca de un vecino que un día se acercó. Al principio estábamos un poco en la cuestión de la gestión o la clínica:“si se gestiona no es clinica, si es clinica no se gestiona”. “¿Cómo es esto?”. El vecino preguntó por Mónica Macha, que era en aquel momento Subsecretaria de Políticas Socio-sanitarias. Salgo a recibirlo, porque dice que es claustrofóbico, que había estado secuestrado en Open Door y que necesitaba hacer una serie de requerimientos. Me ve y me dice: “No, pero vos no te llamás Hernán, vos no sos…. ¡pará, pará, pará!... ...  No, no – dice - se te acomodó, tenias una cabeza un poco rectanguloide... Bueno qué tal, yo...” Y empieza con  una serie de reclamos que portan mucha seriedad pero difíciles de determinar en términos de “Pedime que te doy”. “Bueno, vamos. ¿Qué te parece el martes que viene a las once?”. “Bueno”. Quedamos así. Esto inició todo un trabajo en la vereda... Es un capítulo aparte hablar del trabajo con este vecino... Pero volviendo a la pregunta, el tema es cómo hacemos con estas situaciones, cada vez más frecuentes. No podía decirle: “Mirá, estás un poquito psicótico. Andá a tal dirección, ahí hay un psiquiatra que te va a dar una medicación. Te va a aflojar todos los músculos, se te va a atrofiar, vas a babear... pero no importa, vos dale para adelante”.
Había algo ahí que se nos presentó claramente con este vecino, y nos marca desde el principio: cómo hacer con esta cuestión que excede los ámbitos del sistema de salud y la oferta... Hay algo fuera del mercado que a nosotros nos propone toda una pregunta. Una de las cuestiones que nos ayuda a sostenerlo - a nosotros, los que nos ocupamos de los “locos” en el ámbito municipal- es no convertirnos en especialistas, provocando siempre a compartir con los compañeros y  los vecinos algún modo de hacer con eso que genera mucho malestar. Esto es una definición, porque de alguna manera vamos encontrando, en términos de lógica manicomial -o de qué lógica- otro modo que tiene que ver con cómo hacer lugar a eso que no hace relación. Sobre todo porque además creemos que estas personas son las que terminan habitando por años los manicomios y las clínicas privadas también... Son aquellos que no han podido ofrecer ninguna resistencia al embate de una lógica que dice: “Vos tenés que estar encerrado”. Y si se quedan solos y sueltos, peor. Tiene todos los números para que lo levante alguien y lo encierre. Y si rompe un poco los esquemas... peor.
Entonces ¿Cómo hacer? Una especie de definición: no ser especialista, sino acompañar con una lectura, agregarnos a los equipos - la dir de tránsito, accion social, niñez…-. Esto es algo que queríamos transmitir dándole mucha importancia. En la comunidad, lo que se hace tiene que ver con esto: ofrecer una lectura ahí donde lo único que se observa es peligro. Acompañar y decir: “Bueno, pará, tal vez no nos mate a todos. Tranquilo, vení...”. Y se va armando una posibilidad de hacer, con eso que se presenta de ese modo.
Nosotros venimos a todos los espacios a los que somos invitados. Tenemos una pregunta fuerte. Alguien dice: “No quiero comer. Me quedo encerrado. No voy a salir... Porque me miran todos los vecinos, me están filmando desde un rincón”. “No, vos tenés que ir a trabajar, Fulano. Dejate de joder. ¡Cómo no vas a comer! ¡Comé!”. La pregunta es: ¿Qué pasa entre eso - que ocurre en un momento y que empieza a generar la extrañeza más radical en un ámbito íntimo como el familiar - y la guardia de un neuropsiquiátrico, de un hospital? Me parece que ahí debemos compartir esta pregunta que nos preocupa mucho, porque de algún modo no es algo que se esté discutiendo. Entendemos que trae muchas dificultades definir qué es lo que sí se puede hacer, más que sólo controlarlo. Es una dificultad pensar qué es lo que sí... Qué otra cosa que partir de la medicación y la psiquiatría? Pensar la medicación como punto de llegada y no como condición para empezar.
Vamos encontrándonos con muchas situaciones que evidentemente terminan planteando la encrucijada. Por ejemplo, se acercan familiares que dicen: “Mirá, mi hija está diciendo cosas, habla sola, se encierra en el cuarto, está muy agresiva con nosotros... Fui a tal psiquiatra en Palermo, a tal otro... Consulté dos fiscalías... En fin, todos me dicen que la lleve al consultorio, que si no la llevo al consultorio y está haciendo esas cosas, que la tengo que internar”. Traigo esto que es un caso puntual, pero muy habitual. Nosotros lo que intentamos en ese caso es hacer lugar al familiar, que está angustiado, y ver de qué manera llamar a ése que quedó encerrado, como un punto que condensa toda la atención y la presión, porque enseguida se instala una necesidad de ir sobre eso, que genera desencuentro. Y ese desencuentro va generando una rispidez que finalmente termina justificando la aparición de la fuerza pública, la internación, las dos firmas que necesitemos -o una, no son dos nunca-... Y termina internado... Recien ahí empieza un tratamiento para algo de lo que le pasa a esta persona.
A nosotros eso nos parece muy preocupante por lo que estamos dejando en manos de la fuerza pública - que además hace lo que puede, porque son los cabos de la comisaría los que van a lo de Roberto -... “Otra vez Robertito”. Roberto ya se calmó... y llega el policía. Estamos dejando explícitamente en manos de la justicia, de los ámbitos judiciales y policiales, algo que me parece que tenemos que preguntarnos: si hay otro modo, y qué modo... Tenemos que tratar de compartir otras maneras de hacer entre esa exigencia de un hacer caso que arranca en los consultorios:”Mire, tiene que tomar esta medicación” o “Tiene que venir, no importa si lo trae usted o un primo.... Si no, que lo lleve la policía al manicomio. ¡Listo el pollo! ¡A otra cosa!”. Es una práctica que nosotros encontramos, justificada y muy naturalizada.
Quiero dejar un espacio a mi compañera que va a leer un escrito que presentamos en una jornada que organizamos. La pregunta concreta es: “Antes del manicomio, ¿qué?” ¿Hay una experiencia, algo para hacer? Es muy complejo pero no es cuestión de culpar al chancho... Y es un problema. Nos quedamos culpando al manicomio que es en sí mismo - por definición-, algo que no debería existir un solo segundo más, como la cantidad de calabozos que hay en las comisarías, etc. Equiparémoslo a eso, tiene que ver con eso. Es siniestro por donde se lo mire. Ahora, si lo ponemos en el foco de la discusión, me parece que es errar el camino, porque contra la violencia, contra la pobreza estamos todos... pero qué hacemos nosotros cada dia con la matricula?
Invito a mi compañera Karina a leer un escrito muy breve de Romina Calcagno.

Karina
Buenas noches. “Camino a lo de Pedro. Recibo un llamado desde la UGC -Unidad de Gestión Comunitaria, algo similar a los CGP de la Capital-. “Está Pedro acá. Te paso que te quiere hablar”. “Romi, venite para acá porque hay una muestra de pinturas que quiero mostrarte”. Una vez ahí, Pedro se convierte en curador de la muestra. Recorremos una por una, deteniéndonos mientras Pedro relata lo que ve en cada pintura, se hace presente en cada detalle, toma cuerpo con cada obra. Durante el recorrido se produce un reencuentro con el arte, aparece a cada instante el viejo artista que hay en él. Se percibe lo vivo, de lo que tantas veces hablamos con mis compañeros. Al otro día, camino al trabajo, llega un mensaje: “Estamos yendo a Open Door, internaron a Pedro”. La secuencia fue: policía, hospital, psiquiatra desconocido, orden de internación, patrullero, llegada a Open door, admisión. “Usted  no tiene criterio de internación...” Patrullero esperando afuera. Adentro, la espera eterna de Pedro. Después de unas horas, esas que parecen días, la vuelta a su casa, a su vereda, a su tierra. Qué del sistema, de la maquinaria, provoca un contraste tan profundo en un mismo día. ¿Será lo funcional? ¿El sin tiempo? ¿Qué es lo que hace invisible el trabajo que se venía realizando junto a Pedro? ¿Qué permite que los policías digan: “Te esperamos, vos no estás para estar acá...” Al otro día nos encontramos con Pedro. Tenía turno con la psiquiatra. Mientras esperamos relata varias veces: “Conocí las puertas del infierno. Qué mal está la gente ahí adentro. Lo pasé muy mal el tiempo que estuve”. Lo llama la psiquiatra. le consulto si quiere entrar solo o que lo acompañe. Me respondió que entraba él solo, y que después entre yo. Luego de la entrevista salimos del consultorio. La psiquiatra nos acompaña hasta la puerta. Ya en el pasillo se asoma el psiquiatra que dos días antes había ordenado la internación... Se hizo un silencio un tanto tenso entre los cuatro. Sin saber que pasaría comenzamos a caminar. Paso por delante del psiquiatra. Pedro se detiene frente a él. Me quedo a un costado. ¿Qué hacer? ¿Qué orientación en ese momento? Me abstuve, dejando que Pedro sea Pedro, soportando lo que incomoda, transitando ese momento con el cuerpo, dejándole lugar a la pregunta sin respuesta. Algo del dispositivo se hizo presente. Es al lado de Pedro. Pedro se paró frente al psiquiatra, le tendió la mano, lo saludó. comenzó él una conversación. Le preguntó cómo estaba, después le contó que lo pasó muy mal allá, que había conocido las puertas del infierno, que era muy feo ese lugar... Él ofreciendo una lectura, hablando-le. “Yo lo entiendo, debe haber estado muy presionado usted ese día...” Otra vez, como en la muestra de pinturas, Pedro tomó cuerpo, se hizo presente ahí, fue el artífice de una conversación posible. Quizás a la distancia, luego de un trabajo, acá con ustedes y entre nosotros, surjan algunos términos para seguir pensando... avanzar: abstinencia, agregar tiempo, lo que sí de cada uno, lo vivo, encontrarse cada vez, cuidar el camino...”
Muchas gracias.


Vicente Galli
Estamos en la otra punta de las lógicas manicomiales, pero justamente tratando de defender que el camino no sea hacia un caer en el agujero negro de las lógicas manicomiales. Y ahí tienen lugar la mayor cantidad de posibilidades de creatividad, de adaptación y de originalidad en relación con cada problema que se presenta. Es allí donde nos faltan prácticas. Es allí donde nos falta capacitación en los profesionales de la salud para moverse en esos ámbitos. Es allí donde nos falta experiencia práctica para formar gente fuera de los ámbitos defensivos de las instituciones en los monovalentes del hospital general o aún en centros de atención primaria -CeSAC-, porque cuesta ir a donde está la gente viviendo y moverse en los terrenos en que están. Las prácticas comunitarias de salud mental son más complejas que las prácticas intramuros... Es mucho más difícil hacer prácticas comunitarias que hacer prácticas institucionalizadas. Se ve con Pedro... Frente al problema de Pedro, si no hay esto, esto y aquello, el camino es hacia el Open door, o hacia el manicomio que corresponda. Pero Pedro es un señor con recursos, un señor que se puede defender si se le da la mínima manito para que eso se pueda hacer... Y acá hubo un entorno que lo protegió.
Pero no solamente se trata de protección, sino de crear cuestiones para... armar dispositivos personalizados e individuales. En la Ley Nacional de Salud Mental y el Decreto reglamentario se habla de diagnóstico interdisciplinario e integral que consiste en la “descripción de las características relevantes de la situación particular de la persona y las probables causas del padecimiento o sintomatología, a partir de una evaluación que articule las perspectivas de las diferentes disciplinas que intervienen”. No es diagnóstico válido el que se haga utilizando una clasificación de manual. Y de paso les aclaro que el DSM 4 y 5 ya no se puede utilizar en el país. Se pueden utilizar únicamente los manuales clasificatorios que correspondan a producción nacional, que no hay, o los de organismos mundiales o latinoamericanos de los cuales el país sea miembro. En ese sentido, el único que se puede utilizar es el CIE 10 de la OMS, que es una organización internacional de la que formamos parte. Pero ni aún así alcanza poner una clasificación del CIE10. Lo que está diciendo es que muchas veces no hace falta poner la clasificación. Si el psiquiatra necesita para su tranquilidad y su super-yo arcaico poner una clasificación, tiene que poner el CIE10, que igual va a tener que estudiarlo porque no lo conoce. Pero yo insisto en la perspectiva de diagnóstico complejo. Es un diagnóstico hecho ...*, para este caso el diagnóstico de situación y de contexto de Pedro y de quien sea.
La Ley de Salud Mental italiana, la 180, habla de tratamiento obligatorio para personas que están perturbadas. Pero resulta que la lectura del artículo muestra que no es el tratamiento obligatorio que obliga a la persona a tratarse, sino que es obligatorio epara los trabajadores del centro de salud mental correspondiente a la zona donde vive esa persona, quienes tienen la obligación de encontrar el tratamiento adecuado que no burle o traicione sus derechos de ciudadano, sus derechos humanos, su capacidad de trabajar y todo ese tipo de cuestiones. Y donde esto funciona, no hace falta el manicomio, aún para cuadros muy complicados, porque se hacen dispositivos comunitarios, barriales. Cuando hicimos  un experimento “Convoca Barracas” -algo va a aparecer en lo que cuente Soriano que es otra cosa-, durante dos o tres años de Boca y Barracas no hubo que internar a nadie en el Borda o en el Moyano. Hubo que llevar dos personas que fueron acompañadas por el programa Convoca Barracas. Todo se atendió dentro del barrio, aún situaciones graves.
Pero hay que saber armar esos dispositivos, y eso implica mucho intercambio de experiencias. Estas experiencias en ese sentido son muy interesantes. Compartir balbuceos... no compartir experiencia hecha -aquí viene el que sabe, el maestro...-. Para esto no hay supervisores que sepan... creo que no existen los supervisores externos para los trabajos clínicos dentro de la institución, porque no conocen el contexto de la institución. El supervisor externo habla de un objeto/paciente que  está en su cabeza con las teorías que tiene, pero no está dentro de una institución, entonces no se sabe del contexto institucional. Cuando uno está en la comunidad hace falta gente con experiencia y nos pueden enseñar muchísimo quienes la tienen. Lo que puede hacer el supervisor en ese caso, o el que comenta, es participar de la experiencia del otro y ayudarlo a pensar su propia creación del colectivo necesario para encarar esa experiencia u otras similares.