Voy a
hablar de una experiencia puntual que tiene que ver con la capacitación de los
trabajadores.
Yo soy
parte de un equipo de capacitación de un programa de la provincia de Buenos
Aires que se llama PREA, Programa de Rehabilitación y Externación Asistida.
Hoy no
vengo a hablar del PREA, pero necesito decirles desde qué lugar voy a hablar, y
para eso tengo que decir un par de cosas
sobre el PREA.
Este
programa nace de la decisión de quien entonces era director del Hospital
Estevez y Director de Salud Mental de la provincia, de generar un dispositivo
que permitiera la recuperación del derecho a vivir en la comunidad a pacientes
cronificadas durante largos años en los hospitales neuropsiquiátricos de la
PBA, manicomios de dimensiones parecidas al Moyano o al Borda. En el caso del
Esteves, un hospital con pacientes mujeres.
Se trató de
un acto de voluntad política, fruto de la decisión de comenzar a revertir la
ominosa realidad del manicomio apoyándose en los propios trabajadores del hospital
público, y en el marco de las peores condiciones sociales y económicas; que
culminarían en apenas dos años con el estallido de diciembre de 2001. Hablo del
año ‘99, y es difícil no recordar con angustia un año en el cual el país ya se
estaba cayendo a pedazos. Y hablo de la decisión de instalar en el interior del
hospital neuropsiquiátrico un dispositivo pensado como progresivamente
desmanicomializador, en el contexto de
una política general de salud mental que poco y nada tenía que ver con eso. Una
decisión que viene de la mano de otra decisión: la de sostener el programa
sobre los propios recursos del sistema,
y en primer lugar sobre la voluntad y el deseo de los propios trabajadores del
hospital. Nos decía en aquel momento quien creó el programa, Carlos Linero: “No
voy a pedir presupuesto ni recursos extra por dos razones: la primera es que no
me lo van a dar, así que no podríamos empezar siquiera, y la otra es porque
tenemos que demostrar que con el
presupuesto que hoy se destina a
mantener a estas personas recluidas por tiempo indeterminado en el
hospital psiquiátrico, podemos sostener la rehabilitación, la asistencia y la
recuperación de sus derechos”
En base a
esa decisión, este programa comienza con
un solo componente externo al hospital: un dispositivo de capacitación, suerte
de “motor de arranque” orientado a generar una situación en la cual los
trabajadores pudieran interrogarse sobre
las condiciones de su propio trabajo, y así iniciar un proceso que juntara
deseos, voluntades e inteligencias para
desnaturalizar y revertir las prácticas manicomiales y construir con los
trabajadores y las pacientes los sujetos de un programa que - de lo contrario -
sería simplemente un papel impreso y el número de una resolución ministerial.
El programa es presentado por el Director en asamblea de trabajadores- esto es
interesante por lo que decía recién Marcelo (Frondizi) – y se invita a que se
incorpore cualquier trabajador del hospital que tenga la voluntad de hacerlo.
Cualquiera trabajador de cualquier sector: profesionales, administrativos, de
mantenimiento, limpieza, etc., con la sola condición de participar de la
capacitación. Y la masa crítica fue, en abrumadora mayoría, personal de
enfermería. Había compañeros de administración y de otros sectores y unos
pocos, muy pocos profesionales. Tomemos nota. Se aclara también que, lejos
poner en peligro la fuente de trabajo, se trata de más y mejor trabajo.
Hoy este
programa es un programa exitoso, hay 70 mujeres viviendo en casas que el
hospital alquila, asistidas por un equipo interdisciplinario, con una bajísima
tasa de reinternaciones, y habiendo recuperando la posibilidad de armar
proyectos de vida. No voy a abundar en esto, simplemente quiero decir que con
recursos relativamente simples, sin haber descubierto ni la piedra de la locura
ni la cura de la psicosis, este programa funciona y estas mujeres han
recuperado ciudadanía, están viviendo en el seno de la comunidad y punto. Esto
no sucede en Trieste, no sucede en Suiza, sucede en Temperley, sostenido por
trabajadores del campo de la Salud mental de diversas especialidades y diverso
grado de formación y experiencia, todos laburantes de esta Argentina y formados
en esta Argentina.
Necesito
contar esto para pensar el lugar que la capacitación tiene en un proceso de
transformación y en este sentido quiero repensar la expresión “reconversión de
recursos”. Un término del lenguaje administrativo que usábamos en aquel
momento: reconvertir recursos económicos, reconvertir recursos humanos. La
expresión tiene su sentido, y también
tiene su trampa. Porque resulta que “reconvertir” recursos parece casi un pase
de magia, si no una cuestión meramente organizacional: un decisor político que
dice “tengo este recurso, que lo voy a
sacar de acá y lo voy a poner allá”, o “lo estoy usando para esto y ahora lo
voy a usar para esto otro”. Lo digo así, caricaturescamente, para resaltar algo
bastante obvio: que si el objetivo es transformar prácticas instituídas, se
trata de interpelar sujetos y no de
cambiar objetos de lugar o de tarea.
Y no es tan obvia la complejidad que entraña este desafío, y de eso daba cuenta
lo que contaba el “Nono” Frondizi hace un ratito nomás.
En aquel
momento el punto de partida de la capacitación fue que había un programa, pero
que era un programa sin sujeto, esta fue una primera cuestión que nos
planteamos con mucha convicción. Si este programa es un programa sin sujeto,
este programa es un esqueleto que no tiene musculatura, no tiene cerebro, y
esto hay que armarlo con los compañeros, hay que armarlo con aquellas personas
convocadas en su deseo de sumarse a esta empresa, y desde allí se construirá la
materialidad del programa, ese instrumento de transformación al cual se quiere
arribar.
Entonces no
se trata de reconvertir recursos sino de interpelar sujetos y sus prácticas, y
a partir de esa interpelación ir construyendo, irnos construyendo como sujetos
de prácticas diferentes. Y quiero resaltar que esto vale tanto para repensar
una modalidad de intervención clínica, como el modo de armar un presupuesto.
Ahora sí,
entremos en lo que hoy nos ocupa: hay que decir que en ese sentido la
implementación de la ley es francamente
incierta, porque legislar o decretar no es instituir. Hay una clara
diferencia, una heterogeneidad fundamental entre el acto de legislar o decretar
- que tiene determinados actores, determinados
escenarios, determinados textos, determinadas condiciones prácticas - y
el acto de instituir. El trabajo de instituir
requiere de otros actores, de otras condiciones, supone otros escenarios.
Esta
diferencia entre quienes decretan, legislan, y quienes sostienen los espacios
prácticos de acción, suele quedar atrapada en una configuración imaginaria muy
fuerte, condensada en dos palabras: “los gabinetes” o las oficinas vs. “la trinchera”. ¿Quién de los que estamos
acá y trabajamos en alguna institución
pública no hemos escuchado decir: “una cosa son los planes armados en una
oficina, y otra cosa es la realidad de las trincheras”.
Yo quiero
plantear que esta configuración imaginaria traza una suerte de caricatura que
congela la escena en una confrontación absolutamente estéril, y que es
imperioso, decisivo diluir esta figura.
Diluir esta
figura plantea desafíos a cada uno de los polos de esta contradicción
imaginaria: quienes tienen la responsabilidad de definir políticas en relación
al sector, deben asumir que las instituciones y las prácticas que en ellas se
despliegan, no toman mecánicamente la forma que la ley indica, y en este
sentido hay que darles algo de razón a los que alegan – muchas veces de un modo
falaz y perverso -que la ley “es inaplicable”. Quienes se han opuesto y se
oponen a la ley, construyen desde allí un acto denegativo. Hay ley, pero aún
así, no la hay. Pero se apoyan en unnúcleo de verdad, y es que no es posible
tomar una ley, “aplicarla” sobre la realidad y pretender que la realidad tome
la forma que la ley prescribe. Claro que estos impugnadores concluyen que la
que no sirve es la ley, y no las prácticas instituidas y lo privilegios que
quieren preservar. Pero lo que no puede eludirse es que hay que crear las
condiciones para que aquello que la ley dice que hay que hacer pueda llevarse a
cabo. Y esto es responsabilidad primera de todos los niveles de conducción. Y
ahí, la pelota se la voy a dejar picando para que la tome Mario Róvere en unos
minutos, porque hay algo que sí compete a los gabinetes y es la planificación
estratégica. No se trata entonces de la “aplicación” de una ley, sino de la
construcción de políticas que promuevan y habiliten modos de acción, abordajes y
procesos de trabajo enmarcados en el espíritu y la letra de la ley. Construir
aquello que va de la letra de la ley a la realidad material del campo de trabajo.
Esto
requiere no sólo construir políticas, sino asumir cierto liderazgo en su
implementación. Los decisores políticos no pueden mandar una normativa y
suponer que mágicamente esa normativa va a encarnar en actores que se van a
poner la mochila al hombro. Algunos nos ponemos la mochila al hombro, la
tenemos desde mucho antes; otros actores, como bien lo dejaba en claro Marcelo
hace unos minutos, se opondrán ferozmente, y muchos mirarán el partido para ver
para donde va la pelota y como se ubican, porque así son las cosas en la
realidad concreta de las instituciones.
Entonces,
en relación con quienes toman las decisiones políticas, se plantean dos
desafíos: la planificación estratégica y la cuestión de asumir lugares de
liderazgo, de ponerse a la cabeza, para promover un proceso de transformación y
no simplemente enunciarlo.
A quienes
estamos en eso que se ha dado en llamar “la trinchera”, cabe preguntarnos qué
es lo que connota esa expresión. ¿Qué hay en una trinchera? Hay ruido, hay humo, hay barro, hay miedo. Si
hay algo que en la trinchera no se puede hacer, es reflexionar sobre cómo y por
qué hacemos lo que hacemos, cómo es que terminamos trabajando en una trinchera,
y si podríamos hacer algo distinto. El posicionamiento subjetivo del que está
en la trinchera es esquivar los tiros, el posicionamiento subjetivo del que
está en la trinchera es estar alerta por si viene el enemigo, el
posicionamiento subjetivo del que está en la trinchera es rogar a cada minuto
que no pase nada, porque todo lo que pasa nos pone en peligro. Y defender el
territorio, ya que todo lo que viene de afuera, puede resultar una agresión. Ni
qué decir de la expresión “estar de guardia”.
Aquí
tenemos entonces otro desafío: Si no generamos condiciones para que en las
Instituciones y los equipos haya el espacio para la reflexión, para la critica,
para el intercambio de ideas, la idea misma de equipo pierde sentido y es
imposible que aquello que la ley se propone se torne práctica concreta.
Y ahí entra
la idea de la capacitación, voy a plantear tres o cuatro cuestiones en relación
a la capacitación:
La primera:
¿Cuales serian las premisas de un
trabajo de capacitación dirigido a reorientar en el sentido de la ley las
prácticas de las instituciones? Yo creo que la primer premisa de la
capacitación es una premisa político-estratégica. ¿Por qué? Porque en la
situación en la cual estamos todo proceso de capacitación debe partir de
instalar una pregunta, y la pregunta que hay que instalar es: ¿qué distancia
nos separa de lo que la ley indica? ¿Con qué contamos y cómo podemos empezar a
recorrer el camino entre la situación en que hoy estamos y aquello que la ley
plantea como horizonte en relación a las prácticas de salud mental? Y creo que esto hay que hacerlo en cada
jurisdicción, en cada ámbito, en cada institución. Y plantearse esa pregunta es
una posición politico-estrategica.
Paso al
segundo punto: "agenda de la capacitación”. La agenda de la capacitación
debiera conformarse en relación a preguntas complementarias a la anterior, es
decir: ¿qué necesitamos como soportes clínicos, soportes organizacionales o
soportes técnicos para recorrer ese camino? Y con eso estoy diciendo lo que la
agenda de la capacitación suele ser, que es lo que no debe ser: La agenda de la
capacitación no debe seguir la agenda de los laboratorios; la agenda de la
capacitación no debe seguir las preocupaciones de las escuelas.
La agenda
de la capacitación debe recorrer esto que tanto se viene diciendo, a veces con
cierta ligereza: que se trata de un "cambio de paradigma". Por
supuesto que se trata de un cambio de paradigma. Pero el cambio de paradigma no
va a resolverse en el plano epistemológico: el cambio de paradigma se sostiene
desde un cambio de posicionamiento político, clínico e ideológico, creo que ahí
es donde se resuelve el cambio de paradigma; es decir que se resuelve de cara a
interrogarse sobre el sentido de la tarea compartida.
¿Cuál
debería ser el despliegue de una tarea de capacitación? Opino que el despliegue
de la capacitación debe poner a las instituciones en movimiento, y esto implica
a su vez democratizar las relaciones al interior de las instituciones del
sistema de salud.
En aquel
momento, los compañeros que armamos el dispositivo de capacitación del PREA
ensayamos un diagnostico de situación, y detectamos dos cuestiones a las que en
ese momento denominamos "los anclajes subjetivos del manicomio".
Y esos
anclajes subjetivos eran básicamente dos: el aislamiento y el sometimiento;
padecidos tanto por los pacientes como por los trabajadores. La situación de
autoritarismo y de aislamiento que impregnan la práctica manicomial, atraviesa
a cada uno de los actores. En este sentido, la democratización de las prácticas
es un requisito para que la ley de salud mental encarne en las instituciones
realmente existentes. Hay que saber que democratizar las relaciones al interior
de las instituciones no va a implicar - y Marcelo lo ha planteado con absoluta
claridad - una dulce marcha tomaditos de la mano hacia un nuevo paradigma.
Entrar en estado de polémica y discusión, va a implicar necesariamente
confrontar, va a implicar necesariamente poner en juego las tensiones al
interior de cada una de las instituciones y, diría más, al interior de cada uno
de los trabajadores, entre las distintas posibilidades o imposibilidades con
las que cada uno se encuentre.
La cuarta
cuestión es pensar la capacitación como capitalización de la experiencia. ¿Qué
quiero decir con esto? Quiero decir que la capacitación debería permitir el
despliegue de las fuerzas productivas del deseo y la inteligencia de los
trabajadores, de todos los trabajadores. En este sentido la posibilidad de encarnar
proyectos con sentido colectivo es lo que debería habilitar ese despliegue, que
permita construir las herramientas necesarias en el plano de la clínica, en el
plano de los procesos de trabajo de todos los niveles. Y en este sentido, y voy
terminando con esto, digo que la ley no debería ser percibida como algo que
viene de afuera a modificar un instituido siempre igual a sí mismo. En nuestro
país la experiencia de los trabajadores de todos los niveles en el campo de la
salud mental y en el campo de salud en general es riquísima. Hay una cantidad
de respuestas generadas en resistencia a las condiciones habituales de trabajo,
hay creatividad entrenada en respirar entre las grietas y en subsistir en las
peores condiciones.
Esta larga
sabiduría de atar las cosas con alambre, ha ido cincelando una cultura y un
clima de la resistencia, de resistencia en defensa de la vida, de la salud, de
la alegría; y en general lo ha hecho en marcos legales e institucionales
adversos o ausentes. Y hay mucha dificultad para capitalizar esta experiencia y
hacer de ella un soporte privilegiado de una política de salud.
Me parece
que este momento que estamos viviendo tiene el raro desafío de poder elevar a
Política de Salud mucho de eso que venimos haciendo. Porque ahora la ley dice
que eso es, exactamente, lo que tenemos que hacer.
Gracias
escuche la intervención .Simplimente genial!
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