Horacio González
Tendiendo a cierto afán
bibliográfico que la mesa justifica voy a leer algunos párrafos de “La
teoría del hospital” de Ramón Carrillo. Es un libro que tiene un título muy
sugestivo, creo que en ningún lugar del mundo se escribió un libro con este
título y, efectivamente, como acabamos de escuchar aquí, la idea de que hay una
teoría del hospital -es decir, que la palabra teoría puede ser adjudicada al
hospital- le da al libro, si no un
rango, por lo menos cierto aspecto constitucional y hay que ligarlo
inevitablemente con la constitución de 1949. El libro es de 1951, tiene prólogo
de Perón. La Biblioteca Nacional recientemente sacó una edición.
El estudio de este libro sin duda
atraviesa –yo no lo he leído todo, en gran parte es un libro de estadísticas
que han quedado envejecidas - toda la discusión, tan interesante, que ha habido en esta mesa. Me parece que hay
un atrevimiento en Carrillo, coincido con lo que dijo M. Róvere. Quisiera saber
si es abogado o médico, porque es un médico que habla como un abogado, pero me
pareció que también puede ser un abogado que hablara como un médico. Esta
pequeña humorada tiene que ver con cómo define Carrillo una relación fundamental
que no está en ninguna constitución, que es la relación entre arquitectura y
medicina.
Esta relación recorre todo el
libro y no surge como evidencia empírica en ninguna consideración que hagamos
de la medicina o de la arquitectura. “El punto de partida es muy simple,
elemental diría, porque la arquitectura como la medicina tiende a un fin, el
bienestar y la protección del hombre. Con la vivienda se protege el ser, con el
hospital se protege la salud del ser, de ahí que vivienda y hospital,
arquitectura y medicina tengan a través del tiempo una evolución paralela”.
Esto podría ser aceptable, tiene que ver, nuevamente lo digo, con todo lo que
se ha dicho acá en relación al poder del Estado, en relación a los domicilios,
como en el famoso cuadro de Blanes que recordarán sobre la peste. El Estado
entra al domicilio donde hay una persona muerta, tirada en el pasillo. Es un
cuadro de 1871 -está en el Museo Histórico Nacional- muy interesante porque es
el Estado mirando una situación médica que ocurre en el interior de las casas.
En principio, esta relación entre arquitectura y medicina llama la atención
porque no surge obviamente de ninguna consideración de la historia de la
medicina ni de la historia de la arquitectura. Puesta así, plantearía dos
derechos simultáneos, el de la salud y el de la vivienda y que tienen que tener
rasgo constitucional, este libro lo sugiere así. Pero Carrillo va mucho más
allá para constituir como una forma teórica la relación entre estas dos
ciencias, dos ámbitos de la experiencia humana, dos ámbitos de conocimiento.
Ahora bien, ¿qué es la
arquitectura?, ¿por qué un libro de medicina comienza preguntándose qué es la
arquitectura? No es habitual que un libro de medicina comience preguntándose
qué es la arquitectura. “La arquitectura es el arte y la ciencia de
construir. ¿Qué es la medicina? Es el arte y la ciencia de curar. Las dos, arquitectura y medicina,
nacen como necesidades, siguen como arte y se organizan como ciencias -casi
contemporáneamente- y desde la prehistoria la arquitectura nace en las cuevas,
la medicina nace en las yerbas. Entre ambas existe un paralelo que voy a
señalar con mayor precisión”.
Se hace más interesante porque es
una historia de los conocimientos de la humanidad: en las cuevas nace la
arquitectura y en las yerbas nace la medicina. Aquí hay una teoría de la
cultura muy exigente; un constitucionalista no tiene por qué pensar esto, pero
este hombre extraño trae conocimientos de un pensamiento que llamaríamos
sistémico, en sus estudios durante la entre-guerra, en Alemania. Hay un rasgo
de comunidad organizada que sostiene esta arquitectura. La expresión de la
arquitectura como ámbito de conocimientos, así como la expresión arqueología,
es trasladable a cualquier otro espacio donde se ejerzan saberes y toda la ciencia
contemporánea hace ese deslizamiento.
El empleo de la expresión
arquitectura está hoy en día en manos, en gran medida, de los informáticos -es
habitual oír hablar de arquitectura informática- pero también es una expresión
jurídica: la arquitectura jurídica. Vendríamos a llamar arquitectura jurídica suprema a una
constitución.
Entonces Carrillo comienza su
libro, un libro absolutamente empirista que empieza con una teoría sumamente
abstracta que, así como está, por lo menos en Argentina no la había escrito
nadie. “En la medicina aparecen primero las normas asistenciales. Lo primero
que el médico trata de realizar con el enfermo es asistirlo ante el hecho
consumado, su enfermedad. Por eso yo llamo a la medicina asistencial, que es la
primera forma, arquimedicina”. La utilización del prefijo “arqui” es
interesante porque es un prefijo tipo “ley de leyes”, experiencia suprema, algo
que está por encima de lo demás o algo que puede resumir todo lo que después se
desplegará como caso particular, la arquimedicina. “Luego, con el transcurso
del tiempo y los hallazgos médicos, se comprende la necesidad de defender al
hombre de la enfermedad, de evitar el enfermo. Esta es la paleomedicina. En
fin, ya en los tiempos modernos tenemos la neomedicina que tiende no solamente
a defender al hombre de la enfermedad sino a atacar a ésta activamente. Más
aún, la neomedicina toma al enfermo antes de que el enfermo exista, es decir,
mientras el hombre está sano aunque se halle potencialmente enfermo. La
arquimedicina es naturalmente empírica, la paleomedicina es accional, la
neomedicina científica abarca todo el ser, el microcosmos, el mesocosmos y el
macrocosmos”.
Los discípulos de Carrillo como
Floreal Ferrara y otros que han leído este texto, creo que no lo citan mucho.
No suele ser muy citado, de hecho las ediciones anteriores no se conseguían.
El libro introduce elementos de
tipo constitucional en la noción de medicina con la expresión “arquimedicina”,
que es atinente a la pregunta de si el saber médico es un saber del cual parte
toda experiencia humana, si hay un saber médico anterior a la filosofía,
anterior a la construcción de la vivienda y anterior a la guerra, incluso. La
respuesta puede ser muy matizada porque en realidad es que sí, hay dos saberes
equivalentes que surgen en forma simultánea: la arquitectura, construcción de
la vivienda y la medicina o arquimedicina que surge con las hierbas que
probablemente se cultivaban en las cavernas. De modo que es una teoría del
desarrollo del hombre fuertemente humanista y con un rasgo fuertemente sistémico también. Esto
último no me gusta necesariamente y no lo veo aplicable hoy, aunque es
importante meditar sobre eso.
Termino este párrafo, el último
que voy a leer: “La arquitectura que corre pareja con la arquimedicina...” dice
Carrillo… ¿Es un poco forzado esto, o
no? De alguna manera es la fundación de la moderna doctrina médica en
Argentina, no leída necesariamente por los que se llamaron discípulos de
Carrillo, por las asociaciones o agrupaciones, en general por el partido
justicialista.
Ramón Carrillo da para muchas
interpretaciones, yo escuché muchas cosas en contra que no las comparto porque me parece un teórico de gran
significación que aún puede permitir reconstruir la historia simultánea de las
ciencias en Argentina, lo que inevitablemente hay que hacer porque la historia de las ciencias
-involucro en esto a las ciencias jurídicas- no deja de tener que ver con la
posibilidad de una constitución que, si la llamamos emancipadora, tiene que
tener estos elementos. Un saber constitucional, por otra parte, acepta y
requiere metáforas de la arquitectura y de la medicina, siempre que no sean
matáforas médicas oragnicistas, que cerrarían la experiencia abierta de lo
social.
En Argentina ni la constitución
del 19 -que hicieron los unitarios- , ni
la del 26 que también hicieron las unitarios, ni la que hicieron los
constitucionalistas del 53, ninguna se llamó emancipadora. Tampoco llamó así el
peronismo a su constitución y por supuesto la reforma de la revolución libertadora
no se llamó ni se llamaría jamás emancipadora. ¿Por qué ponerle esta expresión?
Esta expresión supone un grado de utopismo en medio de saberes que
aparentemente no serían utópicos. Por ejemplo, el saber jurídico al servicio de
los derechos. Pero aquí hay un rasgo evidente en la teoría de la cultura que
tiene cierto sabor emancipatorio, una cierta posibilidad del Estado de actuar
enérgicamente en términos que hoy llamaríamos biopolíticos. Esta expresión no
existía en ese momento, la hacen existir los filósofos franceses a mediados de
los años sesenta o setenta y la expresión significa algo bueno y algo malo. En
realidad los filósofos franceses la usan como algo malo, es decir, como una
excesiva potencialidad del orden sistemático de los conocimientos de ordenar la
vida, de patentar de algún modo la vida, el ciclo vital a través de artificios
supuestamente manejados por las empresas, por los laboratorios y también por
los Estados. La crítica a la biopolítica es un pensamiento de orden libertario.
El libro de Carrillo tiene mucho de biopolítica, y además es un libro gracioso. Carrillo era un
chistoso, el lector de este libro puede percibir una cantidad de anécdotas de
gran interés. Creo que él era santiagueño, un personaje contador de anécdotas,
muchas muy interesantes y que tienen todas un núcleo teórico.
Continúo con el párrafo: “Los
primeros médicos fueron en efecto sacerdotes -medicina sacerdotal- y la
arquitectura fue al principio religiosa. En la Antigüedad, como en la Edad
Media, los hospitales nacen anexos a los templos y son los religiosos quienes
toman bajo su responsabilidad el cuidado del enfermo. Luego la arquitectura se
racionaliza, adquiere una categoría superior, ampliando su radio de acción.
Tenemos así una arquitectura sanitaria que entiende en los problemas conexos
con la salud, el bienestar, el modo de vida, las necesidades higiénicas del ser
y de la sociedad, la provisión de agua potable, el drenaje de las aguas
servidas, el saneamiento del medio circundante.”. Todos son temas que rozan
la índole constitucional de este escrito y también un rasgo higienista que era
propio de la generación positivista, una generación higienista a la que
Carrillo también pertenecía; porque este libro tiene aspectos tanto vitalistas
como positivistas higienistas. Sigo: “Los
grandes acueductos de los romanos, los baños públicos, la cloaca máxima son
expresiones de esta arquitectura sanitaria”. No voy a seguir leyendo porque
creo que está claro. Después recomienda cómo construir grandes hospitales. El
es contemporáneo de los grandes hospitales argentinos. Le convence el Churruca,
no le convence tanto el Hospital Central Militar. Percibe que hay sistemas de
circulación interna en el hospital y estos sistemas de circulación son
parecidos a los del cuerpo humano. El edificio del hospital es como una
metáfora de los cuerpos, del flujo sanguíneo, incluso. El hospital lineal es
bien contemporáneo de la presencia de Carrillo, el hospital de niños
inconcluso, que luego se transformó en el Albergue Warnes y posteriormente fue
demolido para construir un supermercado, es el modelo de la arquitectura de
Carrillo. Y en ese sentido quisiera defender esta tesis que presenta el libro de Carrillo, que
creo que tiene el atrevimiento que hay que tener desde el punto de vista de la
arquitectura jurídica que avale una nueva constitución, porque pertenece a un
campo paradójicamente muy moderno de los estudios sobre la relación entre
grandes textos y grandes construcciones, entre la arquitectura, la medicina y
hoy podríamos agregar la informática.
Este complejo de saberes
evidentemente puede recibir el nombre de complejo de saberes emancipatorios:
conjunción de saberes, de equivalencias que pueden hacer metáfora entre sí, que
no sean saberes sobre la sujeción de los cuerpos sino saberes emancipadores
realmente. Por ejemplo hay un gran estudio de Panofsky que en su momento fue
muy leído que compara las grandes construcciones de las catedrales con la Suma
Teológica de Tomás de Aquino. Las grandes catedrales medievales, las grandes
basílicas seguirían desde el punto de vista de la lógica arquitectural la misma
lógica que tiene la deducción de las figuras de dios por parte de un
razonamiento también arquitectónico de Tomas de Aquino. O sea: el mundo tomista
sería el mundo de las catedrales. No considero estos pensamientos desacertados,
pues aunque mantiene temas de índole conservadora, en el modo en que se
deslizan metafóricamente hacia otros saberes hay elementos de lo que podemos
considerar un juego emancipatorio con los conocimientos de toda índole.
Estos pensamientos llevan a una
reflexión sobre cómo se reforman las constituciones, cuándo hay que
reformarlas, quiénes las reformaron e incluso cómo se escriben constituciones
en este sentido: surgen de las luchas políticas y coronan un proceso social y
político, o también en el genio constitucional -tomo esto de lo que dijo
Barcesat como reflexión que me sugiere esta mesa-, es una anticipación de los
grandes esquemas jurídicos de carácter emancipatorio, porque si es
emancipatorio hay una filosofía de la esperanza, se anticipa algo. Entonces es
posible la pregunta de si la Argentina, el pueblo de la Nación Argentina,
toleraría una reforma constitucional que sea la iniciativa para protagonizar
acciones en terrenos que aún no están suficientemente desarrollados desde el
punto de vista de las luchas sociales. Pongo como ejemplo el tipo de minería
que se hace en Argentina. Es evidente que hay un tema ahí muy fuerte. Un tema
muy fuerte porque la ley de glaciares fue vetada, después volvió otra vez y lo
hizo medio disminuida. Hoy hay una Ley de Glaciares que la Corte Suprema de San
Juan inhibe o intentó rechazar. La Corte suprema, finalmente -creo que es así-
ordenó que se aprobara. Entonces, ¿la constitución emancipadora sería
emancipadora porque organiza un núcleo de normativas en relación a los vínculos
del hombre con la naturaleza que daría más fuerza a la protección de los
glaciares, que es la protección de las fuentes de agua, la protección de la
naturaleza, e inhibiría el modo en que ciertas corporaciones internacionales
actúan frente a la naturaleza?
Yo entiendo que esto es posible porque es un
debate muy intenso en la historia constitucional argentina. Pregunto si hay
muchos más abogados en la sala porque voy a decir cosas muy improvisadas. A mí
siempre me llamó la atención el debate de la generación del 37 sobre la
constitución de Rivadavia, que es la del 26, que retoma la del 19, que es la
que ordena hacer el Congreso de Tucumán que se hace en Buenos Aires ante la
amenaza militar que venía desde el norte. Hasta el 19 hay cierta amenaza
militar y en el 19 sigue sesionando el Congreso de Tucumán, pero en Buenos
Aires. Es una constitución netamente unitaria -también lo es la del 26- y fue
criticada por toda la generación del 37. Sarmiento la critica por delirante,
Echeverría también, Alberdi también. Papeles poco sujetos a la realidad. Eran
figuras a las que cierto romanticismo les permitía juzgar el mundo
constitucional como un mundo que adviene después de que las luchas sociales dan
un veredicto sobre un tema, una relación social. Y les permitía juzgar que las
constituciones no se inventan. Esa expresión proviene de la generación del 37.
Rosas tuvo mucho que ver con la generación del 37, muchísima más relación que
la que imaginamos, porque la época es una época muy compleja y todos los
miembros de la generación del 37 debaten con los personajes del rosismo y en
algunos casos debaten creando un espacio común, que fue muy fugaz pero que no
por eso dejó de existir. Ese Rosas que tuvo que ver con la generación del 37 no
es alguien que fuera partidario de la organización constitucional del país. Ese
es un argumento de Urquiza, en 1851, cuando desconoce la plenipotencia de
Buenos Aires para tratar asuntos internacionales y utiliza el argumento constitucional
que venía de su principal asesor que fue
Juan Bautista Alberdi, que era
tucumano. Alberdi tenía un vínculo especifico con Urquiza que explica así ante
la crítica de Sarmiento: “…es Urquiza el que vino a nosotros y no nosotros
quienes fuimos hacia Urquiza”. La idea de la organización constitucional
proviene de personas que no pensaban que había que hacer una constitución en el
aire sino que ésta tenía que tener que ver con las fuerzas sociales. En el caso
de Alberdi, muy específicamente, con las fuerzas productivas y con una división
internacional del trabajo y con una suerte de gran recambio étnico en el país
donde se abrirían las puertas a la inmigración, a la libre circulación de los
ríos. La constitución que piensa Alberdi es contemporánea del cable submarino
que se tiende entre Buenos Aires y Europa. De modo que Alberdi -digámoslo así-
es un productivista. Es alguien que hace una fuerte condena al mundo militar
-se expresa en su gran libro, El crimen de la guerra- y al mismo tiempo
cuando piensa en el acero y en el hierro piensa en el arado y no en los
fusiles. No es alguien fácil Alberdi, en realidad es un personaje de gran
complejidad que tiene grandes visiones de una constitución que también surge de
una batalla. Podríamos preguntar: ¿hay constitución sin una batalla militar que
la preceda? Esta que se está proponiendo
hoy, emplea a veces la expresión “batalla cultural” y hay en Argentina un
estado de beligerancia cultural o metafórica, como se quiera, que los
defensores de la constitución emancipatoria esgrimen como algo necesario para
establecer una constitución, con el carácter escrito que tiene una
constitución, que no es cualquier escritura, que es una escritura meditada, es
la arquiescritura, la escritura de las escrituras.
Entonces, antes de la
constitución del 53 hubo una batalla, pero al mismo tiempo esa constitución
tiene cierto espíritu liberal republicano utópico. Si la releyéramos hoy no
serían desechables las formas de organización republicana. A mi juicio hay una
tradición republicana social en Argentina, tiznada de aspectos jacobinos, que
no hay por qué abandonar en un ámbito nacional y popular, y que sólo tendría
que fortalecerse a través de la forma de recoger esa tradición. Y en ese
sentido, la pregunta, respecto a la crítica de las constituciones que se hacen
en el aire, sigue hacia la constitución del 49, que es una constitución que
tiene detrás -muy explícitamente- el concepto de la comunidad organizada pero
tiene un formidable artículo 40 que declara que son propiedad de la nación
todos los yacimientos del suelo del país y todos los saltos de agua. Es un
artículo formidable, hoy emancipatorio, pero que está siendo resistido por las
provincias. La provincia de Neuquén acaba de rechazar un dictamen de Axel
Kicillof respecto de avanzar un poquitito, no mucho, sobre la legislación
actual, la de la constitución del 94 que anula -la del 53 no lo tenía- ese gran
artículo 40. La constitución del 49 tiene -como dirían hoy los juristas- un
plexo de derechos de gran importancia. Por primera vez hay derechos de sectores
que no tienen derechos, son los llamados derechos específicos de sectores como
la vejez, los derechos de la ancianidad, los derechos de la niñez. Pero no dice
una palabra sobre el derecho de huelga -cuando hablemos de la constitución del
49 hay que decir que no es correcto que no haya existido el derecho de huelga-
lo cual permitió que la reforma del 57-que no se pudo establecer como
constitución- lo introdujera. Las fuerzas que habían apoyado la revolución
libertadora no llegan a ningún acuerdo, pero hacen el artículo 14 bis. Ese
articulo 14 bis contiene el derecho a huelga y otros derechos colindantes,
interesantes también. Si los releo hoy no veo dificultades en incorporar el
artículo 14 bis a la perspectiva de una reforma constitucional emancipatoria.
Digo esto porque este es un debate de carácter teórico, radicalmente teórico,
un debate jurídico. Va a exigir de todos los juristas argentinos esmerarse en
justificar el término emancipatorio y en demostrar que es necesaria una
constitución que por partes iguales nace del juego de fuerzas contemporáneo y
nace también de cierta estabilidad y de cierta anticipación jurídica a ciertos
temas que son temas acuciantes. Por ejemplo, la semilla transgénica: hay que
legislar sobre la semilla transgénica en la constitución nacional. No puede
legislar Monsanto sobre la semilla transgénica, que es lo que está ocurriendo.
Eso tiene que tener estatuto constitucional porque si no, ¿para qué haríamos
una constitución emancipatoria? Monsanto está detrás de una ley de patentes que
habla de legislar sobre la materia viva a propósito de la semilla transgénica
no ya de soja, sino de maíz. Se avanza hacia el maíz y finalmente se avanza
hacia una concepción transgénica de la vida, y ahí sí hay un control
biopolitico, ahí sí no entran sólo en el domicilio, entran en la conciencia.
Ese es un dilema de la constitución emancipatoria. La constitución
emancipatoria también tiene que saber hacer estas discusiones que no pertenecen
estrictamente al campo de debates de un gobierno que hizo grandes
transformaciones, y que los apartó para la eventualidad de ser debatidos acaso
más adelante. Por eso la constitución emancipatoria es una constitución que
surge de este proceso histórico-político tan interesante que vivimos. De la
constitución de 1949 no se puede decir que no sea interesante, es muy
interesante, una constitución totalmente renovadora, con el espíritu de un gran
jurista argentino como era Arturo Enrique Sampay.
Tal vez voy a disentir un poco
con lo que escuché de Alberdi, porque Alberdi es muy importante y hay muchos
Alberdis, hay Alberdis odiosos y Alberdis de gran sutileza, pero no podemos
perder este último Alberdi que refleja un gran pensamiento del interior del
país. No veo a Alberdi despreciativo de las provincias, lo veo constituyendo la
Nación como algo prioritario, quizás anterior a las provincias. A las
provincias puede no gustarles eso, pero se trata de una nación emancipada
también. Y por lo tanto la cuestión petrolífera en Argentina tiene que tener el
subsuelo visto desde el punto de vista de la propiedad pública, la propiedad
estatal, quizás no la educación, quizás las escuelas sigan siendo de las
provincias. La constitución va a tener que ingresar en el terreno de la
coparticipación -que es un terreno en disputa permanente, sin capacidad
resolutiva ni de las provincias ni del Estado Nacional, una pelea oscura-, la
cuestión demográfica argentina y por qué no el traslado de la capital. Yo no
desprecio el intento que hizo Alfonsín, un intento muy importante. La reforma
del 60 de la constitución permitió que Buenos Aires se incorporara a las
provincias. La constitución del 53 no es tan simple, no es la constitución de
Mitre, es la constitución de Urquiza y Buenos Aires no la quiere. De hecho los
convencionales de Buenos Aires ni van a Paraná, que es la capital de la
Confederación Argentina. Hay que respetarla mucho a Paraná como gran y bella
ciudad del interior del país. Buenos Aires se incorpora en el 60 y curiosamente
aparece una cláusula que no sé quien puso que, a diferencia de la del 53 que
fija la capital del país en Buenos Aires, establece que “una ley especial
definirá la futura capital de la nación”. Es difícil sacar la capital de la
Nación de Buenos Aires, sacarla del puerto. La gran frase de Alfonsín, “hacia
el mar, hacia el frío, hacia el viento”, aunque me parece que eligió mal
Viedma, sigue la tradición radical de mudanza. No fue la tradición
peronista, en gran medida porque las
masas populares cruzaron el Riachuelo. La formidable leyenda del peronismo
impide pensar la mudanza de la capital. Buenos Aires, que hoy no es
mayoritariamente un cuerpo electoral peronista, sin embargo tiene ese valor
casi inscripto en la memoria mitológica argentina. Pero la mudanza de la
capital tendría que ser un valor a ser discutido en la constitución
emancipadora, porque si no sería muy difícil explicar por qué llamamos
constitución emancipadora a algo que meramente extienda un mandato electoral o
legisle sobre la extensión del mandato electoral.
Yo estoy de acuerdo con la
extensión del mandato electoral. Faltaría que además la presidenta diga si está
de acuerdo o no, pero aun si no lo hace yo creo que debe proseguir la discusión
por la constitución emancipadora, porque tiene este rasgo utópico interesante
con justa razón para las personas interesadas en el cambio social en Argentina,
y agrego acá esta tradición de la medicina sanitarista en la que incluyo -no me
acuerdo el nombre de todas- personas que conocí: el Dr. Hamilton, Torrens,
Mario Testa que fue decano de la Facultad de Medicina en los años 70. Hay
muchos conocimientos involucrados en la medicina social argentina. Creo que
Floreal Ferrara, el mayor discípulo de Carrillo, lleva muy lejos el pensamiento de Carrillo
con los planes ATAM 1 y 2. Fue Ferrara el que tenía en sus manos la posibilidad
de desarrollar una medicina social que hiciera equivaler, si se quiere, la
construcción de edificios, la construcción de casas, la construcción de
hospitales, la arquitectura hospitalaria con la arquitectura médica -como hace
ese hombre tan atrevido- y la arquitectura jurídica con la arquitectura médica
y con la arquitectura incluso informática. No hay que dejarles a los
informáticos la exclusividad del uso de la palabra arquitectura, por lo menos
acá en la biblioteca los únicos que escucho que hablan de arquitectura- más de
lo que lo hacen los arquitectos. La arquitectura informática supone el
conocimiento de los conocimientos, eso está ocurriendo en todo el mundo. Son
también formas de dominación, a pesar de que podemos juzgarlas también como
formas del progreso humano, sin la menor duda, como la arquitectura y la
medicina pueden ser formas de dominación también, a pesar de que las juzgamos
con razón formas del progreso humano. Y lo mismo las ciencias jurídicas.
Al proponer la constitución
emancipadora creo que podemos entusiasmarnos mucho más con un gran gesto
reformista en Argentina, en un momento tumultuoso, un momento complejo de las
luchas sociales en Argentina. Cuando se dice “no es hora de reformar la constitución,
es hora de pensar en otros términos, dejar tranquila la constitución porque eso
se hace en momentos de tranquilidad” se olvida que esto no fue cierto nunca en
la historia argentina: las constituciones venían siempre después de las
batallas, pero nunca era tranquilo. Cuando se escribe la Constitución del 53
Buenos Aires está sitiada por las fuerzas del interior, sin el acuerdo de
Urquiza, porque el interior no está convencido de que Buenos Aires se separe de
la Confederación Argentina. No hay momento más tumultuoso, es un momento de
guerra, absolutamente militar. Hoy por suerte tenemos menos tumulto que en
1853. En 1949 reinaba una suerte de paz peronista pero por dentro se albergaba
un debate formidable. No sólo la pretensión que tenía el gobernador Mercante
-gran gobernador de la provincia de Buenos Aires- de continuar el periodo de
Perón instalando un gran debate en el peronismo, debate que aparentemente ha
cesado pero que no cesó del todo viendo los acontecimientos actuales. Y,
finalmente, tres años después de la constitución del 49 viene el primer intento
de golpe que es en 1951, el de Lanusse, primer intento golpista muy temprano, y
que tuvieron que esperar cuatro años más para concretar. La constitución de
1957 es la constitución del inicio de la resistencia peronista. En el sentido
que el artículo 14 bis es contemporáneo de los programas de Huerta Gradne y la
Falta, el “constitucionalismo sindical” de la época, que retoma los programa
sociales más avanzados. El lugar donde está el conflicto social es el lugar de
la reforma. Por eso introducir la categoría emancipatoria es fundamental en
este caso, no por amor a las utopías sino quizás por respeto hacia el modo en
que todas las ciencias pueden utilizarse como metáfora mutua y constituir un andamiaje
jurídico que se anticipe a los temas que no están siendo tratados, incluso por
el gobierno. Que se anticipe adecuadamente a lo que una constitución debería
ser; una forma de movilización -concuerdo totalmente con lo que se dijo acá,
con lo que dijo Barcesat respecto a que tiene que pasar un tiempo de debate- y
una constitución de este modo puede ser un interesante instrumento, instancia u
horizonte de movilización en un momento de fortísima discusión en la sociedad
argentina y en el interior del gobierno.
Y digo una cosa más. Hay una
tradición liberal republicana que no es desdeñable en Argentina y que hay que
interrogar también. Con esa tradición va a haber que discutir y va a haber que
pensar argumentos muy eficientes. El argumento acá tiene que tener una
arquitectura también, capaz de ser movilizante y al mismo tiempo hablar de la
esperanza y defender el concepto mismo de constitución emancipatoria, que es el
que le da tensión histórica a la antigua palabra Constitución, con su rastro
inevitablemente normativo.
Intercambio
con los asistentes
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