jueves, 26 de septiembre de 2013

Vicente Galli

Agradezco la invitación del Foro de Salud de Carta Abierta para participar en este debate. La Ley es una fuente de desafíos, como convocante y  penetrantemente plantea la propia invitación del Foro, con sus agudas preguntas
1.- El primer desafío que voy a subrayar es que la ley  en su etapa de organización nos desafía a todos. Aún a los que estamos de acuerdo  con los valores, las categorizaciones,  las estrategias y los dispositivos de Salud Mental que contiene la Ley. Porque estábamos acostumbrados a que lo nuestro era lo alternativo, lo que planteábamos como opción. Para la que buscábamos masa crítica de apoyo, experiencias concretas que fueran ejemplares de buenas prácticas… Y ahora pasa que con la ley se dio vuelta el asunto: lo que nosotros planteábamos es lo legal y lo que se hace habitualmente es lo que no tendría  que ser. Ahora, los que tienen que dar  explicaciones son los que no cumplen la ley, son los que no saben o no pueden cumplir la ley.  Lo que es un problema bastante interesante desde  el punto de vista de la perspectiva heredada de la manera de lucha y de la búsqueda de  apoyo político  y convocatoria política para los ejes de Salud Mental.
2.- En la historia de la salud mental, que comienza a mediados del siglo pasado hay muchos hitos interesantes. Como tenemos que hacer una introducción breve no voy a pasar por todos ellos; solamente me voy a referir a dos o tres características  nuestras, de la Argentina.
Los primeros movimientos importantes  en el Campo de la Salud Mental en la Argentina se dieron en la década del 50, después de la caída del  segundo gobierno de Perón, época en la que dieron una gran cantidad de desarrollos culturales, académicos y científicos. Entre otros se crearon el CONICET, la carrera de Psicología, y la editorial EUDEBA… En ese momento se crea el Instituto  Nacional de Salud Mental, por idea de 3 jóvenes psiquiatras, dos de ellos psicoanalistas. Eran Raúl Usandivaras, Mauricio Goldenberg y Jorge García Badaracco. Los 3 retornando al país después de  estar afuera y arman el Instituto  en semejanza con lo que era el Instituto  Nacional de Salud Mental de EEUU. El Instituto argentino se configuró como Instituto autárquico, con los fondos que se le derivaban de la Lotería Nacional. El objetivo del Instituto  era la transformación total de las políticas públicas y las prácticas de salud mental. Cabe subrayar que los tres eran los gestores del Instituto en una Planificación avalada y sostenida por el Ministerio de Salud de la Nación para varias transformaciones que eran claves.
Una vez que estuvo armado el Instituto y habiendo cambiado las autoridades políticas del Ministerio, la vieja guardia psiquiátrica se quedó con el Instituto, arrasó con sus objetivos, construyó nuevos manicomios y no hizo nada en los hospitales generales ni en  los servicios en territorio. Aunque nunca consiguió que el Instituto le financiara nada, el que logró abrir un Servicio en Hospital General fue Mauricio Goldenberg, que creó y desarrolló  el Servicio de Psicopatología – así se denominaba en la época para diferenciarlos de los servicios de psiquiatría [1]- en el Policlínico de Lanús [2] . Curiosamente, aunque el Instituto no lo apoyaba, sí lo hacía el Ministerio de Salud de la Nación,  de quien dependía el Hospital en esa época. En los 60, Goldenberg, esta vez como asesor de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, organiza  en los hospitales generales de la ciudad los Servicios de Salud Mental y los dos primeros Centros vecinales de Salud Mental. Lo que quiero subrayar es que esos emprendimientos, aunque parciales, eran políticas públicas.
Después de eso, el silencio. Varias gestiones de gobierno, hasta llegar al terrorismo de estado.
En el recomienzo de la democracia, en el gobierno de Alfonsín, Salud Mental se planteó desde el Ministerio de Salud de la Nación como una política prioritaria en relación a los efectos del genocidio: no solamente el efecto directo sobre la victimas y todo el tejido social, sino también por el  arrasamiento institucional que se había hecho de gran cantidad de prácticas interesantes y progresistas.
La  diferencia entre los dos momentos es que en aquellas primeras épocas, los 50-60, los desarrollos estaban planteados desde líderes que piloteaban experiencias  de “psicopatología y salud mental”, centradas  y sostenidas en su acción,  en su liderazgo y en lo que ellos movilizaban.
En el gobierno de Alfonsín lo que planteamos fue una acción conjunta  entre  las provincias  y la Dirección Nacional. Un trabajo compartido, un trabajo en equipo donde no importaban tanto los liderazgos sino que se hablaba de coordinaciones. En acción coordinada y en integración de todas las provincias, se trataba de que cada una de las direcciones provinciales – las que existían desde antes y las que se crearon en esos años - trabajaran en coincidencias programáticas y en conjunto con los agentes de las provincias con las que se podían hacer los cambios.
Ya no era tanto la cuestión de los liderazgos sino el sustento en los trabajos en equipo, más congruentes con la planificación estratégica, con la doctrina de la acción y el trabajo en comunidad y con la imprescindible integración de profesionales de diferentes disciplinas. Los trabajadores de salud y sobre todo los grupos de las zonas o territorios en los cuales trabaje la gente de salud mental, tienen que integrarse necesariamente con las comunidades.
En ese sentido la presencia de líderes puede perturbar si funcionan como tales excesivamente y no son líderes en el sentido más organizador, de dar sustrato estratégico a lo que se necesita  desarrollar.
3.- A principios del siglo XXI, después del arrasamiento de los ‘90 y de la crisis del 2000/1, en el 2003 el Gobierno  comenzó a producir condiciones para ir recuperando el rol del estado, estrategias más autónomas y efectivas en importantes aspectos. No así en salud. Por eso se entiende que, por movimientos estratégicos de actores sociales, el relanzamiento de Salud Mental provino del Poder Legislativo, de organismos de justicia, sustentado en grupos defensores de derechos humanos y en grupos de usuarios, familiares y  de asociaciones profesionales vinculadas a técnicos de ese campo. Además, ahora se creó la Dirección de Salud Mental con adicciones,  un acto fundacional que tuvo que ver con la gestación de la ley misma.
La ley se gestó trabajando con todas las provincias en un proceso largo y con reuniones múltiples. No tuvo la discusión y el trabajo que tuvo  la ley de medios pero tuvo un trabajo parecido, se llegó a un armado de la ley  valioso y compartido. Las corporaciones, por supuesto las de los psiquiatras, se quejaron de que no se los invitó. Lo que no es cierto: no fueron invitados como actores principales del convite, fueron invitados como todos los que tenían que ver con el proceso de formación de la ley y esto es lo que ellos no aceptaban, esa paridad con las otras disciplinas, con las otras organizaciones sociales y con los organismos de derechos humanos y las organizaciones de usuarios y de familiares.
Así aparece la ley en el 2010. Ley de “orden público” que es de aplicación inmediata en todas las provincias.  Este es otro gran desafío: por ley quedan delimitadas, fundamentadas, sostenidas, delineadas las políticas nacionales de salud mental que ya no son solamente una propuesta política, sino que tiene el peso normativo de una ley. Claro que  el gran tema es como trabajar en la puesta en funcionamiento de la ley, para que la ley pueda hacerse vigente en la práctica y no corra peligro de diluirse por inacción.
Entre la ley y la reglamentación de la ley pasó bastante tiempo. Hubo cantidad  de inconvenientes - entre ellos, un intento de “manijazo” de las  corporaciones psiquiátrico - académicas y un intento de que saliera como reglamentación la que constaba en una resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Medicina, que llegó a circular como borrador de reglamentación cuando ya la reglamentación de la Dirección Nacional de SM y Adicciones - trabajada con todas las provincias y con los distintos equipos interdisciplinarios - había sido llevada a Presidencia para que fuera firmado el Decreto reglamentario.
Se discutía si la ley estaba o no vigente, entre el Ministerio, la defensoría y la justicia civil, entre quienes sostenían su vigencia a partir de su promulgación y quienes supeditaban la vigencia a la existencia o no de la reglamentación. Ahora con la reglamentación ya se terminaron  las discusiones y el Decreto Reglamentario define, agregando los contenidos que resultaban necesarios.
4.- Otro desafío importante es que las gestiones para cumplir la Ley no son ya tarea de un solo ministerio. Deben ser encaradas por funcionarios de 11 sectores del Poder Ejecutivo, por el Poder Judicial con preponderancia de la Defensoría General de la Nación. Más la intervención de usuarios, familiares, profesionales y organismos de derechos humanos. Queda constituida una  Comisión Nacional sobre Discapacidad, Salud Mental y Adicciones, en el ámbito  de la Jefatura de Gabinete. Todas las provincias que tienen que hacer una estructura similar, intersectorial con responsabilidades del poder ejecutivo, justicia, organismos de derechos humanos y organizaciones de pacientes y familiares.
Quiero aún marcar algunas cuestiones fundamentales de la Ley.
 5.- En el capítulo 3ero de la ley, se reconoce a la salud mental como un proceso determinado por componentes históricos, socioeconómicos, judiciales, biológicos y sicológicos. Cuya preservación y mejoramiento implican una dinámica de construcción social vinculada a los derechos humanos y sociales de la persona.  Se habla de los  ingredientes que hay que tomar en cuenta  con relación a los que se consideran y se reconocen como tales en el campo de la salud mental.
En cuanto a la salud mental misma, se la considera como un proceso complejo. En la ley no se habla en ningún momento de enfermedades mentales, se habla de padecimientos y sufrimientos y se sostiene la complejidad de la existencia humana, tanto en el proceso  de preservación y sostenimiento personal, de ser ciudadano y sobrevivir en la vida, donde la existencia de síntomas o la existencia de algún tipo de manifestación clasificable  por alguna de las taxonomías que hay en existencia, no significa pérdida de salud mental. Porque los valores de la salud mental están en la construcción solidaria, responsabilizándose   de lo que pasa con uno mismo  y con los demás. Esto está en la ley y esto tiene que ser congruente  con lo que se trabaja para que la ley se vaya produciendo, se vaya revisando y vaya avanzando.
6.- En todo lo recién planteado hay cantidad de desafíos. Porque la  “enfermedad mental” es un valor dentro de la cultura. Las mayores organizaciones e  instituciones vinculadas a estos temas están armadas en relación a la noción de enfermedad mental  y deterioro psíquico.
La tutela jurídica, el castigo, el destierro, el asilamiento, la pérdida de derechos, el trato de estas personas con padecimientos como seres no humanos, tienen que ver con la noción de enfermedad mental. La historia de la  noción de enfermedad mental  en el mundo occidental es la historia de la ubicación de todos los problemas a los que la sociedad no daba respuesta y, fundamentalmente a partir de la industrialización, de la caída de la posibilidad de tener trabajo, de la pérdida de su trabajo: la gente enloquecía, molestaba, y los manicomios se convirtieron en los recipientes para todas las problemáticas sociales que no tenían solución, donde entran una cantidad de problemáticas que no son “mentales” sino que son de inclusión social, desamparo y marginación.
Cuando hablamos de desinstitucionalización en salud mental, hablamos de de-construir todas esas instituciones montadas  en relación con esas concepciones. Mientras se van construyendo las otras. Son  desafíos fundamentales, porque implican todas las instituciones del imaginario social y también a las institucionalizaciones mentales de los trabajadores de la salud.
El modelo de la atención individual, el modelo de la atención del otro como el “pacientito”, el modelo de la atención en serie, donde las personas que llegan a una boca de asistencia que no les sirve para lo que les hace falta, les proponen lo que el asistidor  tiene para ofrecer, y si no lo aceptan descalifican la demanda. Cuando la ley  de salud mental  plantea  que todas las personas son ciudadanos con derechos básicos, humanos, civiles y sociales. Que cada uno tiene su historia,  que no pueden ser clasificadas con el diagnóstico de una tabla, sino que tiene que tener en su descripción lo que padece y por qué padece, una descripción amplia de sus vidas y de su existencia.
De la misma manera con los “drogadictos”. Que con la ley  dejan de ser personas clasificadas por su adicción,  y tienen que ser personas entendidas como ciudadanos de derecho pleno que, además de todas las variables que tienen en sus vidas, toman drogas.
7.- Terminar con el modelo de los hospitales monovalentes, que tienen siete  años hasta el 2020 para desaparecer. Hay que trabajar mucho para que esto se pueda hacer  y para generar las necesarias  transformaciones en el medio. Cuidando mucho el derecho de todas las personas: de los que necesitan atención y de los que trabajan para darla. Que no son solo los profesionales sino todos los trabajadores que se desempeñan en esos hospitales. Los que, obviamente, tienen dificultad para entender que no van a perder sus trabajos si se cambia el sistema. Aunque  este es un punto que se desarrollará más  adelante. Ya se termina mi tiempo para la exposición.



[1] En otro momento podríamos hablar de la historia de las denominaciones de los Servicios, actualmente denominados de Salud Mental
[2]  El Hospital había sido fundado como Policlínico Evita. En la época del origen del Servicio se llamaba Policlínico Gregorio Aráoz Alfaro. El Servicio se lo llamaba coloquialmente como “El Lanús”l 

No hay comentarios:

Publicar un comentario