viernes, 20 de diciembre de 2013

A.T. Mario Ceolato

Comienzo diciendo que, en realidad,  somos varios los que aceptamos este convite. Somos algunos de los compañeros que integramos la Dirección de Salud Mental de Santa Fe y luego seguimos trabajando, juntándonos y pensando juntos. Lo aceptamos porque nos parecía que era importante poder traer algunos de los matices del colectivo que pudimos construir en aquel momento, para ponerlo a disposición de este otro colectivo que tenemos  por delante para construir, en interacción con la Ley de Salud Mental. A partir de lo que nos pasó en Santa Fe,  pensamos que es necesario que esos colectivos sean lo más contundentes posibles, para poder poner una cuña en este interesante momento de lo normativo, de la Ley, y que la experiencia realmente se traduzca en más derechos. Y sobre todo para que, en el caso de salud mental, se traduzca en una abolición -dentro de  lo que se pueda- de ese plus de sufrimiento que le implica a un ciudadano padecer una crisis  subjetiva en función de los malos tratos,  o de la desubjetivación que sufre en los dispositivos existentes o en los saberes que circulan al respecto, especialmente en los espacios estatales.
Mi interés -lo planteamos con los compañeros antes de que yo lo volcara en la computadora- era traer fundamentalmente dos ideas que nos parecían clave para la experiencia de Santa Fe  y que simultáneamente sentimos novedosas, originales y que se entrelazan íntimamente en lo que fue la experiencia en la Dirección Provincial de Salud Mental. Esta experiencia tenía como norte poder gestar, poder multiplicar modos de clínica política acordes con la modalidad de padecimiento que nos habían traído los 90. Convengamos que el marco político en el que surgió la Dirección Provincial fue el movimiento de trabajadores de la Colonia Oliveros, que buscaba justamente enfrentar ese avasallamiento sobre los poquitos espacios potables que existían, a manos de las aplanadoras privatizantes que fueron los 90.
De esas dos ideas en que me voy a centrar, la primera es la de la sustitución de lógicas manicomiales, en tanto representaciones cristalizadas, instituidas tanto respecto de la locura como de los modos de tratarla, representaciones que estaban implícitas en todas las prácticas públicas, fueran estas sociales, culturales, jurídicas o médicas, y que naturalizaban el rechazo no solamente del padecimiento agudo, subjetivo, sino junto con él, la expulsión del sufriente. En ese sentido, el único lugar de tratamiento que existía para estos padecimientos eran las estructuras monovalentes de la provincia: el Agudo Ávila de Rosario, la Colonia Psiquiátrica Oliveros -institución más que  clásica como su nombre lo indica- y el Hospital de Santa Fe... me olvido el nombre de ese engendro... el Mira y López. Eran los tres lugares a los que los pacientes sí o sí iban a parar en estas circunstancias. Lo que nos interrogaba y nos interpelaba era que esta exclusión no sólo era operada a partir de las prácticas nombradas, sino esencialmente a partir de las prácticas de salud, empezando por el sistema de atención primaria... y de allí la exclusión de todo sistema de salud. No entrando por atención primaria, la única entrada disponible era el monovalente... y de ahí a la cosificación más directa... Entendíamos que estas lógicas antecedían y desbordaban los monovalentes con que nos encontrábamos. Y esto iba mucho más allá del edificio, tenía que ver con la forma de construir lazos entre los profesionales y los pacientes y fundamentalmente, generaban mutaciones. Recuerdo que cuando me incorporé al trabajo en la dirección, me llamaba poderosamente la atención una situación que sufrimos en Infancia con un muchachito “peligrosísimo” de nueve años... Una directora nos pedía que un operador nuestro fuese a darle “la pastilla”, para que el muchachito la “tomara” antes de entrar a clase. Cuando se dice rápido parece una consigna jacobina, pero no se trataba de que el chico tomara la Bastilla...
Yo bromeaba siempre con eso, pero el hecho es que la directora pedía que tomara la pastilla para entrar a clase... Junto a esta adopción del chaleco químico, la otra mutación que sufría la exclusión y me llamaba la atención en esos momentos era la del chaleco de carne, la idea del acompañante patovica, que sufrí en carne propia. Me convocaban como acompañante, no porque mi intervención pudiese tener o no algún acierto, sino porque en esa época pesaba ciento cincuenta kilos y me suponían con posibilidades de poder manipular el paciente a la hora de aceptar una internación en una sala de un polivalente o de un hospital general. Más allá de lo grotesco de las escenas comentadas, esta mutación puede rastrearse todos los días en la práctica, en la discusión cotidiana con los efectores, cuando en el discurso más progresista, más cool, aparece la propuesta -el pedido- de un lugar para este padecimiento. Pero un lugar sin encontrar la lógica, un lugar sin encontrar el tratamiento... Con lo cual aparece la segregación más cruda. Asoma la nariz en un discurso supuestamente cool y supuestamente contenedor. A esto nos referíamos cuando proponíamos hacer hincapié en atacar la lógica, en sustituir la lógica, y no en entrarle de lleno a la cuestión más visible o más trillada de lo manicomial. Fundamentalmente por eso, entendíamos que una política antimanicomial requería de una desarticulación de estas prácticas, requería desarticular las practicas que la justifican, en todo caso, y nos parecía que solo era posible si encarábamos la lógica. Pero fundamentalmente si podíamos enfrentarla a través de otra lógica que estuviese encarnada en una praxis superadora. En este punto también veíamos que una de las patas de la reproducción de las formas de dominación tenía que ver con circunscribirse a lo discursivo; y en ese plano, mientras uno se dedicaba al discurso exclusivamente, el padecimiento seguía intacto y multiplicándose en el afuera.
La otra idea, que acompaña a la de substituir lógicas manicomiales, tiene que ver con la construcción de un sujeto colectivo. En este sentido, nos parecía que los que intentábamos una práctica superadora teníamos que buscar una manera de hacerla inteligible, de poder armar una inteligencia común con estos elementos que nos ocupaban y nos preocupaban. Esencialmente, coincidíamos en que esto tenía que ver con ampliar las capacidades de las personas para poder lidiar tanto con el poder como con la circulación de los saberes y también con la des-circulación de los afectos, en relación con esto del plano del saber. Sosteníamos entonces que la parte esencial del proyecto -voy a retomar más adelante el tema del proyecto- era un sujeto clínico político que no solamente no encarnaba sino que a su vez era el producido justamente por mismo proyecto. También se incorporaban las relaciones y los lazos entre cada uno de los que componían el sujeto colectivo, incluyéndolo a la manera de algo no acabado, a la manera de algo permanentemente en suspenso y permanentemente en reconstrucción. Para ayudarnos a nosotros mismos y para explicárselo a uno u otro no bien predispuesto que se nos cruzaba en el camino, intentábamos plantear que esta tarea guardaba algo de semejanza con el modelo pulsional freudiano, con la idea de que nada se consigue acabadamente y que las tareas a cumplir, en todo caso, eran ese tipo de tareas en que sólo se podía avanzar o retroceder, sin posibilidad de estancarse, de acabar. Descubríamos -creo que después de explicarlo bastante- que teníamos mucha semejanza con lo movimientista, con esa idea de que el movimiento, si se frena, deja de serlo... Esto no se dio al comienzo, yo me enganché con esta idea bastante después. Muchos compañeros comentaban que vino por añadidura a esta forma de reflexionar la construcción del colectivo. Justo es decir que es un colectivo muy influenciado por la increíble compañía de Fernando Ulloa. El colectivo toma de Fernando esta idea de las resonancias, esta idea de que el conocimiento sabio se construye a partir, más allá de la coincidencia o disidencia, de la posibilidad de que cada uno resuene en el otro.
Un elemento de la lógica del sujeto colectivo que nos costó mucho explicar fue justamente esta posibilidad de romper con la lógica del poder que supone algo sucedáneo con respecto a las jefaturas. Nos parecía que todo lo que reproduce el sistema tiene que ver con una substitución metonímica de los jefes y las instituciones. Nosotros nos proponíamos una sustitución pero a la manera de una metáfora, paralela a esta, suponiendo que en la dirección iba a haber  un colectivo y no un jefe y, en todo caso, desmoronando todo lo que tiene que ver con la espera y la desesperación de un Jefe. Descubríamos que algo del padecimiento se superaba, inclusive entre los trabajadores, si podíamos considerar la práctica independiente de la existencia de un Jefe, y en todo caso peleando contra ella. Acá hago un alto el fuego... Estoy seguro de que no le gustaría que lo nombre, pero obviamente,  como estamos en contra de la lógica del jefe ... lo hago. Digo que son originales los dos conceptos presentados porque son dos conceptos que fueron  paridos por el compañero Gustavo Castaño. Él dice que, en realidad, es el colectivo el que lo parió, pero nosotros decimos que somos colectivos a partir de él. En todo caso,  deberá hacerse cargo en algún momento de estas dos originalidades.
La parte más filosófica del colectivo que intento describir es algo que tiene que ver con la convicción de que lo que estábamos haciendo debía construirse, que no era natural y no estaba dado... era algo que no era, algo que tenía que ver con construir limites ficcionales, puesto que eran límites que no existían. En todo caso lo que nos propusimos era un colectivo ficcional. Un colectivo ficcional que nos costó mucho debatir en contraposición de lo que el resto de los yoes proponía, que era la ilusión... En todo caso esto ficcional debía recrearse todos los días y tenía como primera espada de Damocles la reificación, esta cosa del marxismo que tiene que ver con re-cosificar, con sobre-cosificar. Lo que practicábamos si no tenía estas sutilezas,  este suspenso, tendía a transformarse en objeto y otra vez, dispersarse en cada uno de los que trabajábamos.
El otro elemento que marcó el trabajo del colectivo era la pertenencia al Estado, la condición de poder ir pensando un Estado desarmando las representaciones que estaban en cada una de nuestras cabezas. La idea de poder concebir un Estado como un territorio, como un entrecruce entre saberes, entre poderes, como algo más dinámico.
El punto que yo planteaba con respecto al proyecto era permitirnos pensar nuestra práctica como un proyecto dentro de otras cuestiones que tenían que ver con la gestión, pero sin abandonar nunca la condición de proyecto. Creo que esta  condición está tomada de Castoriadis.  Esta cosa que tiene que ver con el armado de lo real a partir de las representaciones que esa transformación supone, y en todo caso acompañada exclusivamente de una praxis: no podía ser fuera del ámbito de la práctica.
En esto de construir políticas públicas de salud -es redundante hablar de político  y público, cómo puede algo ser público si no es político, puesto que es el caso entre  los pares de la polis-, sabíamos que nuestra práctica era violenta. Era desarmar ficciones, era atacar parcelas de poder, era meternos con la circulación de poderes y saberes. Y bregamos porque todo el mundo tuviese en cuenta que estábamos violentando el sentido común para poder estar a la altura de las circunstancias y para poder soportar el chubasco que esto nos traía aparejado.
Este punto de estar en tensión con la gestión hacía que, más allá de gastar mucha energía libidinal haciendo existir esto de lo plural y de lo singular dentro del colectivo, todavía nos faltara la pelea original, que era justamente pelear contra eso que estaba instalado, para lo cual el colectivo ficcional había sido construido y que a su vez actuaba sobre el colectivo. Así sufrimos dos golpes. El primero a manos de un espacio sindical, que a la manera de las corporaciones atacan como partido político y se defienden como sindicatos, y que no entendía esta cuestión de poder poner en suspenso la construcción del proyecto y que este no se salpicaba - la pelota no se mancha, decía Diego - con algunas cuestiones que uno tenía que tomar en la gestión. Es decir decisiones de la gestión cotidiana que posiblemente iban en contra de lo que uno estaba planteando como núcleo, pero que no inhibían la posibilidad de seguir construyendo inteligencia hasta un punto, un nuevo momento y un salto de calidad donde lo que pensamos puede ser llevado a la práctica. El otro golpe lo sufrimos por vivir en una provincia con una dirección política social-demócrata. Padecimos lo que padece todo movimiento ante un partido político. Un partido político se pone paranoico ante la presencia de una estructura que supone un espacio vacío en lugar de un Jefe, que supone lo colectivo, etc, etc. No voy a hablar sobre eso.
En todo caso, esto de primero pelearse contra uno mismo y pensarse uno mismo para  poder abordar con el otro la tarea que teníamos por delante , también muestra la fragilidad del colectivo que quisimos construir, una fragilidad que, más allá de un sujeto inasible -este sujeto colectivo-, ya dejó marcas en Santa Fe. El cierre del “Corralito”, ese famoso psiquiátrico dentro de la cárcel de Coronda, fue fruto de este  sujeto colectivo y es parte de la marca que produjo en la salud mental santafesina.
Decidimos venir acá porque vemos que la construcción de un colectivo se hace en función de una batalla cultural. Nos parece que en esta batalla cultural hay que incluir la dimensión del usuario. En una provincia donde todavía piensan que la atención primaria de la salud mental empezó con Alma-Ata para poder esconder el retrato de Carrillo, encontrarnos con  Débora Ferrandini en la provincia, con  la inmensa Débora, también fue la posibilidad de continuar, un tiempo más, la construcción de este colectivo. Una Débora Ferrandini, siempre recordada por los compañeros, que quizás no venga del lado más deleuziano, más spinettiano/spinoziano, de Gustavo Castaño, pero sí venía de un movimiento cristiano, de una convicción, de una apuesta a la asamblea, a la participación popular, y también de una tradición donde el primer lugar es un casillero que siempre está vacío, siempre está ocupado en espíritu. Esta característica también hizo posible confluir con Débora en esta renuncia a una concepción metonímica de la jefatura, con toda la valentía que eso implica, porque Débora era Secretaria de Salud en ejercicio. No era una simple hilación intelectual, sino que puso al servicio de la construcción de esta concepción de salud su propio lugar en la provincia. Una Débora que nos machacaba permanentemente con  que, más allá de ser un derecho, la salud era un bien colectivo y necesitábamos pelear fuertemente contra la concepción del derecho más liberal, que lo pensaba terminando donde empezaba otro derecho. Débora nos enseñaba que en materia de salud y en materia de derechos nunca se es sano o nunca se es libre si no es sano y es libre el otro. Nos pareció - me pareció - que hacía falta  colocar también a Débora en la historia del colectivo de salud mental de Santa Fe.
Para terminar, yo planteaba antes que peleábamos contra la idea de lo ilusorio, a lo que contraponíamos la idea de lo ficcional. De lo ficcional como un acto sublimatorio y fundamentalmente como algo que se diferenciaba de lo ilusorio porque la ilusión se muere en la desilusión. En cambio lo ficcional moría o por falta de creatividad, o por una decisión. Nos parecía desde el colectivo de Santa Fe que era el momento de poder tomar la decisión, de ser más creativos e invitar a ser más creativos en esto de construir un colectivo que acompañe las conquistas de la normativa acerca de la Ley de Salud Mental.

Vicente Galli
Mario, sería interesante, para quienes no conocen la experiencia de Santa Fe, que ubiques la época a que te estás refiriendo, los años.

Mario Ceolato
Si, el movimiento de los trabajadores de la Salud Mental de la Colonia Oliveros tiene como fecha aproximada el 95 al 98/99. De aquella experiencia surge un colectivo de trabajadores que tiene una participación descollante en el momento de la inundación de Santa Fe, a partir de la cual comienza a instalarse, en trabajo con las comunidades, la necesidad de reabrir una Dirección de salud mental que no existía en la provincia. La experiencia de la dirección se puede ubicar del 2003 en adelante, hasta el 2010/ 2011, agosto, cuando se pide la renuncia Débora Ferrandini y la renuncia Gustavo Castaño porque ambos saludaron la Asignación Universal por Hijo y la consideraron la medida de salud más importante de los últimos cincuenta años. Eso enojó al establishment y ... se terminó la experiencia. Por eso soy uno de los “ex” que está acá en la mesa.

Vicente Galli
Le pedí este dato a Mario porque yo conozco la experiencia de Santa Fe, y he leído sobre ella. Muy condensadamente contó los núcleos conceptuales, ideológicos, experienciales y prácticos de lo que fueron creando, con sus distintas vicisitudes, que mucho tuvieron que ver con los contextos políticos e inclusive con las tragedias llamadas naturales - la inundación - relacionadas con faltas de prevención para ese tipo de hechos.
Como comentario general, hoy hay siete presentaciones que corresponden a categorías muy distintas de acciones prácticas en la inmensa y polifacética problemática de la salud mental. La presentada hace a un intento con bastantes indicios de haber andado muy bien en algunos momentos y con bastantes contramarchas, ataques y variaciones, que se desarrolló en Santa Fe. No sé en este momento qué queda de todo eso, pero lo importante es destacar que es una experiencia de transformación desde adentro del sistema signada por esta modelización de las lógicas manicomiales y el luchar contra las lógicas manicomiales desde la construcción de los sujetos colectivos y sin repetir la historia de las cadenas de poder  que dentro del sistema de salud están organizadas con la lógica del poder militar, que fue lo que  sirvió de sustrato para la organización del sistema de salud del ...* . Cuando la gente comenzó a dejar de ser cuidada por las organizaciones religiosas y se crean los primeros hospitales, estos se crean sobre el modelo de los cuarteles, porque los primeros hospitales eran necesarios para la guerra, para recuperar la mano de obra y así seguir guerreando. No era para recuperar la mano de obra con el fin de que tuviesen salud los trabajadores, sino para tener soldados para la guerra. Así se organizaron los hospitales, y los manicomios son continuación de esa organización. Dentro de la cultura hay muchísimas institucionalizaciones que dependen así de las jerarquías autoritarias, donde teóricamente aunque se cambien las figuras que ocupan cada lugar, la estructura de poder está diagramada de una manera exacta. En este caso, para “contener” y encerrar al enemigo, que es la locura de los que están marginados y metidos ahí adentro  y que tienen que ser cuidados. Parecido a una cárcel. El trabajo con las lógicas manicomiales fue justamente el intentar cambiar no sólo el discurso sobre lo que había que hacer sino la organización misma de la gente que estaba trabajando en la fundación de esos colectivos, que eran los que tenían que reemplazar las estructuras de poder tradicionales. Creo que hay mucho jugo para sacar de estas experiencias. Si uno se fija en las experiencias internacionales, la reforma psiquiátrica italiana fue justamente una experiencia de implosión desde adentro del manicomio, utilizando la energía retenida dentro de este para hacer la transformación desde adentro hacia afuera. No comenzó de afuera para adentro... Y esta es una de las posibilidades.





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