A.T. Mario Ceolato
Comienzo
diciendo que, en realidad, somos varios los que aceptamos este convite.
Somos algunos de los compañeros que integramos la Dirección de Salud Mental de
Santa Fe y luego seguimos trabajando, juntándonos y pensando juntos. Lo
aceptamos porque nos parecía que era importante poder traer algunos de los
matices del colectivo que pudimos construir en aquel momento, para ponerlo a
disposición de este otro colectivo que tenemos por delante para
construir, en interacción con la Ley de Salud Mental. A partir de lo que nos
pasó en Santa Fe, pensamos que es necesario que esos colectivos sean lo
más contundentes posibles, para poder poner una cuña en este interesante
momento de lo normativo, de la Ley, y que la experiencia realmente se traduzca
en más derechos. Y sobre todo para que, en el caso de salud mental, se traduzca
en una abolición -dentro de lo que se pueda- de ese plus de sufrimiento
que le implica a un ciudadano padecer una crisis subjetiva en función de
los malos tratos, o de la desubjetivación que sufre en los dispositivos
existentes o en los saberes que circulan al respecto, especialmente en los
espacios estatales.
Mi interés -lo planteamos con los compañeros antes de que yo lo volcara
en la computadora- era traer fundamentalmente dos ideas que nos parecían clave
para la experiencia de Santa Fe y que simultáneamente sentimos novedosas,
originales y que se entrelazan íntimamente en lo que fue la experiencia en la
Dirección Provincial de Salud Mental. Esta experiencia tenía como norte poder gestar,
poder multiplicar modos de clínica
política acordes con la
modalidad de padecimiento que nos habían traído los 90. Convengamos que el
marco político en el que surgió la Dirección Provincial fue el movimiento de
trabajadores de la Colonia Oliveros, que buscaba justamente enfrentar ese
avasallamiento sobre los poquitos espacios potables que existían, a manos de
las aplanadoras privatizantes que fueron los 90.
De esas dos ideas en que me voy a centrar, la primera es la de la sustitución de lógicas manicomiales,
en tanto representaciones cristalizadas, instituidas tanto respecto de la
locura como de los modos de tratarla, representaciones que estaban implícitas
en todas las prácticas públicas, fueran estas sociales, culturales, jurídicas o
médicas, y que naturalizaban el rechazo no solamente del padecimiento agudo,
subjetivo, sino junto con él, la expulsión del sufriente. En ese sentido, el
único lugar de tratamiento que existía para estos padecimientos eran las
estructuras monovalentes de la provincia: el Agudo Ávila de Rosario, la Colonia
Psiquiátrica Oliveros -institución más que clásica como su nombre lo
indica- y el Hospital de Santa Fe... me olvido el nombre de ese engendro... el
Mira y López. Eran los tres lugares a los que los pacientes sí o sí iban a parar
en estas circunstancias. Lo que nos interrogaba y nos interpelaba era que esta
exclusión no sólo era operada a partir de las prácticas nombradas, sino
esencialmente a partir de las prácticas de salud, empezando por el sistema de
atención primaria... y de allí la exclusión de todo sistema de salud. No
entrando por atención primaria, la única entrada disponible era el
monovalente... y de ahí a la cosificación más directa... Entendíamos que estas
lógicas antecedían y desbordaban los monovalentes con que nos encontrábamos. Y
esto iba mucho más allá del edificio, tenía que ver con la forma de construir
lazos entre los profesionales y los pacientes y fundamentalmente, generaban
mutaciones. Recuerdo que cuando me incorporé al trabajo en la dirección, me
llamaba poderosamente la atención una situación que sufrimos en Infancia con un
muchachito “peligrosísimo” de nueve años... Una directora nos pedía que un
operador nuestro fuese a darle “la pastilla”, para que el muchachito la
“tomara” antes de entrar a clase. Cuando se dice rápido parece una consigna
jacobina, pero no se trataba de que el chico tomara la Bastilla...
Yo bromeaba siempre con eso, pero el hecho es que la directora pedía que
tomara la pastilla para entrar a clase... Junto a esta adopción del chaleco químico,
la otra mutación que sufría la exclusión y me llamaba la atención en esos
momentos era la del chaleco de carne, la idea del acompañante patovica, que
sufrí en carne propia. Me convocaban como acompañante, no porque mi
intervención pudiese tener o no algún acierto, sino porque en esa época pesaba
ciento cincuenta kilos y me suponían con posibilidades de poder manipular el
paciente a la hora de aceptar una internación en una sala de un polivalente o
de un hospital general. Más allá de lo grotesco de las escenas comentadas, esta
mutación puede rastrearse todos los días en la práctica, en la discusión
cotidiana con los efectores, cuando en el discurso más progresista, más cool,
aparece la propuesta -el pedido- de un lugar para este padecimiento. Pero un
lugar sin encontrar la lógica, un lugar sin encontrar el tratamiento... Con lo
cual aparece la segregación más cruda. Asoma la nariz en un discurso
supuestamente cool y supuestamente contenedor. A esto nos referíamos cuando
proponíamos hacer hincapié en atacar la lógica, en sustituir la lógica, y no en
entrarle de lleno a la cuestión más visible o más trillada de lo manicomial.
Fundamentalmente por eso, entendíamos que una política antimanicomial requería
de una desarticulación de estas prácticas, requería desarticular las practicas
que la justifican, en todo caso, y nos parecía que solo era posible si
encarábamos la lógica. Pero fundamentalmente si podíamos enfrentarla a través de otra lógica que
estuviese encarnada en una praxis superadora. En este punto también veíamos
que una de las patas de la reproducción de las formas de dominación tenía que
ver con circunscribirse a lo discursivo; y en ese plano, mientras uno se
dedicaba al discurso exclusivamente, el padecimiento seguía intacto y
multiplicándose en el afuera.
La otra idea, que acompaña a la de substituir lógicas manicomiales,
tiene que ver con la construcción
de un sujeto colectivo. En este sentido, nos parecía que los que
intentábamos una práctica superadora teníamos que buscar una manera de hacerla
inteligible, de poder armar una inteligencia común con estos elementos que nos
ocupaban y nos preocupaban. Esencialmente, coincidíamos en que esto tenía que
ver con ampliar las capacidades de las personas para poder lidiar tanto con el
poder como con la circulación de los saberes y también con la des-circulación
de los afectos, en relación con esto del plano del saber. Sosteníamos entonces
que la parte esencial del proyecto -voy a retomar más adelante el tema del
proyecto- era un sujeto
clínico político que no
solamente no encarnaba sino que a su vez era
el producido justamente por mismo proyecto. También se incorporaban las
relaciones y los lazos entre cada uno de los que componían el sujeto colectivo,
incluyéndolo a la manera de algo no acabado, a la manera de algo
permanentemente en suspenso y permanentemente en reconstrucción. Para ayudarnos
a nosotros mismos y para explicárselo a uno u otro no bien predispuesto que se
nos cruzaba en el camino, intentábamos plantear que esta tarea guardaba algo de
semejanza con el modelo pulsional freudiano, con la idea de que nada se
consigue acabadamente y que las tareas a cumplir, en todo caso, eran ese tipo
de tareas en que sólo se podía avanzar o retroceder, sin posibilidad de
estancarse, de acabar. Descubríamos -creo que después de explicarlo bastante-
que teníamos mucha semejanza con lo movimientista, con esa idea de que el
movimiento, si se frena, deja de serlo... Esto no se dio al comienzo, yo me
enganché con esta idea bastante después. Muchos compañeros comentaban que vino
por añadidura a esta forma de reflexionar la construcción del colectivo. Justo
es decir que es un colectivo muy influenciado por la increíble compañía de
Fernando Ulloa. El colectivo toma de Fernando esta idea de las resonancias,
esta idea de que el conocimiento sabio se construye a partir, más allá de la
coincidencia o disidencia, de la posibilidad de que cada uno resuene en el otro.
Un elemento de la lógica del sujeto colectivo que nos costó mucho
explicar fue justamente esta posibilidad de romper con la lógica del poder que
supone algo sucedáneo con respecto a las jefaturas. Nos parecía que todo lo que
reproduce el sistema tiene que ver con una substitución metonímica de los jefes
y las instituciones. Nosotros nos proponíamos una sustitución pero a la manera
de una metáfora, paralela a esta, suponiendo que en la dirección iba a
haber un colectivo y no un jefe y, en todo caso, desmoronando todo lo que
tiene que ver con la espera y la desesperación de un Jefe. Descubríamos que
algo del padecimiento se superaba, inclusive entre los trabajadores, si
podíamos considerar la práctica independiente de la existencia de un Jefe, y en
todo caso peleando contra ella. Acá hago un alto el fuego... Estoy seguro de
que no le gustaría que lo nombre, pero obviamente, como estamos en contra
de la lógica del jefe ... lo hago. Digo que son originales los dos conceptos
presentados porque son dos conceptos que fueron paridos por el compañero
Gustavo Castaño. Él dice que, en realidad, es el colectivo el que lo parió, pero
nosotros decimos que somos colectivos a partir de él. En todo caso,
deberá hacerse cargo en algún momento de estas dos originalidades.
La parte más filosófica del colectivo que intento describir es algo que
tiene que ver con la convicción de que lo que estábamos haciendo debía
construirse, que no era natural y no estaba dado... era algo que no era, algo
que tenía que ver con construir limites ficcionales, puesto que eran límites
que no existían. En todo caso lo que nos propusimos era un colectivo ficcional.
Un colectivo ficcional que nos costó mucho debatir en contraposición de lo que
el resto de los yoes proponía, que era la ilusión... En todo caso esto
ficcional debía recrearse todos los días y tenía como primera espada de
Damocles la reificación, esta cosa del marxismo que tiene que ver con
re-cosificar, con sobre-cosificar. Lo que practicábamos si no tenía
estas sutilezas, este suspenso, tendía a
transformarse en objeto y otra vez, dispersarse en cada uno de los que
trabajábamos.
El otro elemento que marcó el trabajo del colectivo era la pertenencia
al Estado, la condición de poder ir pensando un Estado desarmando las
representaciones que estaban en cada una de nuestras cabezas. La idea de poder
concebir un Estado como un territorio, como un entrecruce entre saberes, entre
poderes, como algo más dinámico.
El punto que yo planteaba con respecto al proyecto era permitirnos
pensar nuestra práctica como un proyecto dentro de otras cuestiones que tenían
que ver con la gestión, pero sin abandonar nunca la condición de proyecto. Creo
que esta condición está tomada de Castoriadis. Esta cosa que tiene
que ver con el armado de lo real a partir de las representaciones que esa
transformación supone, y en todo caso acompañada exclusivamente de una praxis:
no podía ser fuera del ámbito de la práctica.
En esto de construir políticas públicas de salud -es redundante hablar
de político y público, cómo puede algo ser público si no es político,
puesto que es el caso entre los pares de la polis-, sabíamos que nuestra práctica
era violenta. Era desarmar ficciones, era atacar parcelas de poder, era
meternos con la circulación de poderes y saberes. Y bregamos porque todo el
mundo tuviese en cuenta que estábamos violentando el sentido común para poder
estar a la altura de las circunstancias y para poder soportar el chubasco que
esto nos traía aparejado.
Este punto de estar en tensión con la gestión hacía que, más allá de
gastar mucha energía libidinal haciendo existir esto de lo plural y de lo
singular dentro del colectivo, todavía nos faltara la pelea original, que era
justamente pelear contra eso que estaba instalado, para lo cual el colectivo
ficcional había sido construido y que a su vez actuaba sobre el colectivo. Así
sufrimos dos golpes. El primero a manos de un espacio sindical, que a la manera
de las corporaciones atacan como partido político y se defienden como
sindicatos, y que no entendía esta cuestión de poder poner en suspenso la
construcción del proyecto y que este no se salpicaba - la pelota no se mancha,
decía Diego - con algunas cuestiones que uno tenía
que tomar en la gestión. Es decir decisiones de la gestión cotidiana que
posiblemente iban en contra de lo que uno estaba planteando como núcleo, pero
que no inhibían la posibilidad de seguir construyendo inteligencia hasta un
punto, un nuevo momento y un salto de calidad donde lo que pensamos puede ser
llevado a la práctica. El otro golpe lo sufrimos por vivir en una provincia con
una dirección política social-demócrata. Padecimos lo que
padece todo movimiento ante un partido político. Un partido político se pone
paranoico ante la presencia de una estructura que supone un espacio vacío en
lugar de un Jefe, que supone lo colectivo, etc, etc. No voy a hablar sobre eso.
En todo caso, esto de primero pelearse contra uno mismo y pensarse uno
mismo para poder abordar con el otro la tarea que teníamos por delante ,
también muestra la fragilidad del colectivo que quisimos construir, una
fragilidad que, más allá de un sujeto inasible -este sujeto colectivo-, ya dejó
marcas en Santa Fe. El cierre del “Corralito”, ese famoso psiquiátrico dentro
de la cárcel de Coronda, fue fruto de este sujeto colectivo y es parte de
la marca que produjo en la salud mental santafesina.
Decidimos venir acá porque vemos que la construcción de un colectivo se
hace en función de una batalla cultural. Nos parece que en esta batalla
cultural hay que incluir la dimensión del usuario. En una provincia donde
todavía piensan que la atención primaria de la salud mental empezó con Alma-Ata
para poder esconder el retrato de Carrillo, encontrarnos con Débora
Ferrandini en la provincia, con la inmensa Débora, también fue la
posibilidad de continuar, un tiempo más, la
construcción de este colectivo. Una Débora Ferrandini, siempre recordada por
los compañeros, que quizás no venga del lado más deleuziano, más
spinettiano/spinoziano, de Gustavo Castaño, pero sí venía de un movimiento
cristiano, de una convicción, de una apuesta a la asamblea, a la participación
popular, y también de una tradición donde el primer lugar es un casillero que
siempre está vacío, siempre está ocupado en espíritu. Esta característica
también hizo posible confluir con Débora en esta renuncia a una concepción
metonímica de la jefatura, con toda la valentía que eso
implica, porque Débora era Secretaria de Salud en ejercicio. No era una simple
hilación intelectual, sino que puso al servicio de la construcción de esta
concepción de salud su propio lugar en la provincia. Una Débora que nos
machacaba permanentemente con que, más allá de ser un derecho, la salud
era un bien colectivo y necesitábamos pelear fuertemente contra la concepción
del derecho más liberal, que lo pensaba terminando donde empezaba otro derecho.
Débora nos enseñaba que en materia de salud y en materia de derechos nunca se
es sano o nunca se es libre si no es sano y es libre el otro. Nos pareció - me
pareció - que hacía falta colocar también a Débora en la historia del
colectivo de salud mental de Santa Fe.
Para terminar, yo planteaba antes que peleábamos contra la idea de lo
ilusorio, a lo que contraponíamos la idea de lo ficcional. De lo ficcional como
un acto sublimatorio y fundamentalmente como algo que se diferenciaba de lo
ilusorio porque la ilusión se muere en la desilusión. En cambio lo ficcional
moría o por falta de creatividad, o por una decisión. Nos parecía desde el
colectivo de Santa Fe que era el momento de poder tomar la decisión, de ser más
creativos e invitar a ser más creativos en esto de construir un colectivo que
acompañe las conquistas de la normativa acerca de la Ley de Salud Mental.
Vicente Galli
Mario, sería interesante, para quienes no conocen la experiencia de
Santa Fe, que ubiques la época a que te estás refiriendo, los años.
Mario Ceolato
Si, el movimiento de los trabajadores de la Salud Mental de la Colonia
Oliveros tiene como fecha aproximada el 95 al 98/99. De aquella experiencia
surge un colectivo de trabajadores que tiene una participación descollante en
el momento de la inundación de Santa Fe, a partir de la cual comienza a
instalarse, en trabajo con las comunidades, la necesidad de reabrir una
Dirección de salud mental que no existía en la provincia. La experiencia
de la dirección se puede ubicar del 2003 en adelante, hasta el 2010/ 2011,
agosto, cuando se pide la renuncia Débora Ferrandini y la renuncia Gustavo
Castaño porque ambos saludaron la Asignación Universal por Hijo y la
consideraron la medida de salud más importante de los últimos cincuenta años.
Eso enojó al establishment y ... se terminó la experiencia. Por eso soy uno de
los “ex” que está acá en la mesa.
Vicente Galli
Le pedí este dato a Mario porque yo conozco la experiencia de Santa Fe,
y he leído sobre ella. Muy condensadamente contó los núcleos conceptuales,
ideológicos, experienciales y prácticos de lo que fueron creando, con sus
distintas vicisitudes, que mucho tuvieron que ver con los contextos políticos e
inclusive con las tragedias llamadas naturales - la inundación - relacionadas
con faltas de prevención para ese tipo de hechos.
Como comentario general, hoy hay siete presentaciones que corresponden a
categorías muy distintas de acciones prácticas en la inmensa y polifacética
problemática de la salud mental. La presentada hace a un intento con bastantes
indicios de haber andado muy bien en algunos momentos y con bastantes
contramarchas, ataques y variaciones, que se desarrolló en Santa Fe. No sé en
este momento qué queda de todo eso, pero lo importante es destacar que es una
experiencia de transformación desde adentro del sistema signada por esta
modelización de las lógicas manicomiales y el luchar contra las lógicas
manicomiales desde la construcción de los sujetos colectivos y sin repetir la
historia de las cadenas de poder que dentro del sistema de salud están
organizadas con la lógica del poder militar, que fue lo que sirvió de
sustrato para la organización del sistema de salud del ...* . Cuando la gente
comenzó a dejar de ser cuidada por las organizaciones religiosas y se crean los primeros
hospitales, estos se crean sobre el modelo de los cuarteles, porque los
primeros hospitales eran necesarios para la guerra, para recuperar la mano de
obra y así seguir guerreando. No era para recuperar la mano de obra con el fin
de que tuviesen salud los trabajadores, sino para tener soldados para la
guerra. Así se organizaron los hospitales, y los manicomios son continuación de
esa organización. Dentro de la cultura hay muchísimas institucionalizaciones
que dependen así de las jerarquías autoritarias, donde teóricamente aunque se
cambien las figuras que ocupan cada lugar, la estructura de poder está
diagramada de una manera exacta. En este caso, para “contener” y encerrar al
enemigo, que es la locura de los que están marginados y metidos ahí
adentro y que tienen que ser cuidados. Parecido a una cárcel. El trabajo
con las lógicas manicomiales fue justamente el intentar cambiar no sólo el
discurso sobre lo que había que hacer sino la organización misma de la gente
que estaba trabajando en la fundación de esos colectivos, que eran los que
tenían que reemplazar las estructuras de poder tradicionales. Creo que hay
mucho jugo para sacar de estas experiencias. Si uno se fija en las experiencias
internacionales, la reforma psiquiátrica italiana fue justamente una
experiencia de implosión desde adentro del manicomio, utilizando la energía
retenida dentro de este para hacer la transformación desde adentro hacia
afuera. No comenzó de afuera para adentro... Y esta es una de las posibilidades.
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