Lic. Hernán Manigot
Buenas
tardes. Voy a comentar un poco la experiencia del trabajo del Programa de
Abordaje del Padecimiento Humano en la Comunidad en el Municipio de Morón.
Después una compañera va a leer un pequeño escrito. Justificaré este artilugio
durante la exposición, pero me pareció importante que algo de esto esté
presentado.
El
trabajo fuerte del programa arrancó en el 2007, con una propuesta de lo que fue
la gestión en aquel momento del Hospital
Cabred de Open Door. Estaba Leo Zavattaro. En ese momento el plan estratégico
del Hospital proponía, con un criterio de proximidad geográfica, favorecer las externaciones
y evitar internaciones innecesarias. De esta manera, se firmaron algunos
convenios con distintos distritos. En Morón, que fue uno de ellos, empezó a
funcionar una casa de convivencia y se descentralizaron los consultorios
externos. Esto se sigue sosteniendo, aunque muy cernido a esas épocas: la
gestión cambió y no se ha movido mucho de aquello inicial.
Pero,
concretamente, la experiencia significa que hay cerca de cien pacientes
circulando por un centro de salud. Hay algunas dificultades actualmente, en
relación con Recursos Humanos, hay alguna discusión con el Hospital, pero esos
pacientes que circulan por el Centro de Salud reciben la asistencia y el
acompañamiento que necesitan, sin tener que atravesar la provincia para llegar
a Luján. La Casa de Convivencia funciona también como un dispositivo que les
permite a cuatro vecinos, que no son de Morón necesariamente, porque por una
cuestión de aquel momento eran quienes reunían las condiciones que, conversando
con nosotros, definía el hospital. Esas cuatro personas están gozando de la
libertad y como la mayoría de las personas que están en Open Door cuentan con
el alta clínica y con la posibilidad de no estar encerrados.
Queda
así presentado básicamente el Programa, que funciona en la Secretaria de
Relaciones con la Comunidad y Abordajes Integrales. Es un movimiento
interesante, porque no estamos en la Secretaria de Salud y Desarrollo Social, y
me parece que eso abre un poco y permite pensar algunas cuestiones de
relaciones con la comunidad y abordajes territoriales. La Secretaría tiene un
sesgo más transversal, no tan específico. Las Direcciones que la componen
tienen una mirada transversal en
diferentes ámbitos: derechos humanos, dirección de politicas de genero...
De a poco
fuimos transformándonos en una referencia para situaciones que empezaban a
surgir en distintas áreas de compañeros del Municipio -acción social, tránsito-
y pedían al Estado algún recurso, presentaban alguna dificultad o alguna
necesidad de asistencia. Pero algo de la oferta y la demanda no terminaba de
hacer juego en estas situaciones y generaba -genera- situaciones muy
complicadas. Por ejemplo, a una vecina que va sistemáticamente a la misma hora
todos los días ya se le ofreció todo, se le resolvió el problema, pero algo insiste...y
se generan situaciones complicadas de resolver: gritos e insistencias que no quedan
agotadas con la asignación de recursos etc... Es una de las cuestiones que
pueden ocurrir. O vecinos que se pelean unos con otros: “¿Cómo la voy a estar
envenenando a través del tanque de agua si yo...?! ¡Escuchame, está loca!”. Y
entonces interviene el Programa de Resolución alternativa de conflictos con
quien tenemos mucha relación: “Che, mirá, es este caso. La mediación no es muy
potable porque hay uno que acusa al otro de que está loco y ...”. Se acusan
perjuicios que no son contrastables con la realidad. Se trata de situaciones que no hacen relación con lo que se ofrece en
los servicios.
Nos
fuimos encontrando con todo un mundo... Siempre cuento acerca de un vecino que
un día se acercó. Al principio estábamos un poco en la cuestión de la gestión o
la clínica:“si se gestiona no es clinica, si es clinica no se gestiona”. “¿Cómo
es esto?”. El vecino preguntó por Mónica Macha, que era en aquel momento
Subsecretaria de Políticas Socio-sanitarias. Salgo a recibirlo, porque dice que
es claustrofóbico, que había estado secuestrado en Open Door y que necesitaba
hacer una serie de requerimientos. Me ve y me dice: “No, pero vos no te llamás
Hernán, vos no sos…. ¡pará, pará, pará!... ...
No, no – dice - se te acomodó, tenias una cabeza un poco
rectanguloide... Bueno qué tal, yo...” Y empieza con una serie de reclamos que portan mucha
seriedad pero difíciles de determinar en términos de “Pedime que te doy”.
“Bueno, vamos. ¿Qué te parece el martes que viene a las once?”. “Bueno”.
Quedamos así. Esto inició todo un trabajo en la vereda... Es un capítulo aparte
hablar del trabajo con este vecino... Pero volviendo a la pregunta, el tema es
cómo hacemos con estas situaciones, cada vez más frecuentes. No podía decirle:
“Mirá, estás un poquito psicótico. Andá a tal dirección, ahí hay un psiquiatra
que te va a dar una medicación. Te va a aflojar todos los músculos, se te va a
atrofiar, vas a babear... pero no importa, vos dale para adelante”.
Había
algo ahí que se nos presentó claramente con este vecino, y nos marca desde el
principio: cómo hacer con esta cuestión que excede los ámbitos del sistema de
salud y la oferta... Hay algo fuera del mercado que a nosotros nos propone toda
una pregunta. Una de las cuestiones que nos ayuda a sostenerlo - a nosotros,
los que nos ocupamos de los “locos” en el ámbito municipal- es no convertirnos
en especialistas, provocando siempre a compartir con los compañeros y los vecinos algún modo de hacer con eso que
genera mucho malestar. Esto es una definición, porque de alguna manera vamos
encontrando, en términos de lógica manicomial -o de qué lógica- otro modo que
tiene que ver con cómo hacer lugar a eso que no hace relación. Sobre todo
porque además creemos que estas personas son las que terminan habitando por
años los manicomios y las clínicas privadas también... Son aquellos que no han
podido ofrecer ninguna resistencia al embate de una lógica que dice: “Vos tenés
que estar encerrado”. Y si se quedan solos y sueltos, peor. Tiene todos los
números para que lo levante alguien y lo encierre. Y si rompe un poco los
esquemas... peor.
Entonces
¿Cómo hacer? Una especie de definición: no ser especialista, sino acompañar con
una lectura, agregarnos a los equipos - la dir de tránsito, accion social,
niñez…-. Esto es algo que queríamos transmitir dándole mucha importancia. En la
comunidad, lo que se hace tiene que ver con esto: ofrecer una lectura ahí donde
lo único que se observa es peligro. Acompañar y decir: “Bueno, pará, tal vez no
nos mate a todos. Tranquilo, vení...”. Y se va armando una posibilidad de
hacer, con eso que se presenta de ese modo.
Nosotros
venimos a todos los espacios a los que somos invitados. Tenemos una pregunta
fuerte. Alguien dice: “No quiero comer. Me quedo encerrado. No voy a salir...
Porque me miran todos los vecinos, me están filmando desde un rincón”. “No, vos
tenés que ir a trabajar, Fulano. Dejate de joder. ¡Cómo no vas a comer!
¡Comé!”. La pregunta es: ¿Qué pasa entre eso - que ocurre en un momento y que
empieza a generar la extrañeza más radical en un ámbito íntimo como el familiar
- y la guardia de un neuropsiquiátrico, de un hospital? Me parece que ahí
debemos compartir esta pregunta que nos preocupa mucho, porque de algún modo no
es algo que se esté discutiendo. Entendemos que trae muchas dificultades
definir qué es lo que sí se puede hacer, más que sólo controlarlo. Es una
dificultad pensar qué es lo que sí... Qué otra cosa que partir de la medicación
y la psiquiatría? Pensar la medicación como punto de llegada y no como condición
para empezar.
Vamos
encontrándonos con muchas situaciones que evidentemente terminan planteando la
encrucijada. Por ejemplo, se acercan familiares que dicen: “Mirá, mi hija está
diciendo cosas, habla sola, se encierra en el cuarto, está muy agresiva con
nosotros... Fui a tal psiquiatra en Palermo, a tal otro... Consulté dos
fiscalías... En fin, todos me dicen que la lleve al consultorio, que si no la
llevo al consultorio y está haciendo esas cosas, que la tengo que internar”.
Traigo esto que es un caso puntual, pero muy habitual. Nosotros lo que intentamos
en ese caso es hacer lugar al familiar, que está angustiado, y ver de qué
manera llamar a ése que quedó encerrado, como un punto que condensa toda la atención
y la presión, porque enseguida se instala una necesidad de ir sobre eso, que
genera desencuentro. Y ese desencuentro va generando una rispidez que
finalmente termina justificando la aparición de la fuerza pública, la
internación, las dos firmas que necesitemos -o una, no son dos nunca-... Y
termina internado... Recien ahí empieza un tratamiento para algo de lo que le
pasa a esta persona.
A
nosotros eso nos parece muy preocupante por lo que estamos dejando en manos de
la fuerza pública - que además hace lo que puede, porque son los cabos de la
comisaría los que van a lo de Roberto -... “Otra vez Robertito”. Roberto ya se
calmó... y llega el policía. Estamos dejando explícitamente en manos de la
justicia, de los ámbitos judiciales y policiales, algo que me parece que
tenemos que preguntarnos: si hay otro modo, y qué modo... Tenemos que tratar de
compartir otras maneras de hacer entre esa exigencia de un hacer caso que arranca en los consultorios:”Mire, tiene que tomar
esta medicación” o “Tiene que venir, no importa si lo trae usted o un primo....
Si no, que lo lleve la policía al manicomio. ¡Listo el pollo! ¡A otra cosa!”.
Es una práctica que nosotros encontramos, justificada y muy naturalizada.
Quiero
dejar un espacio a mi compañera que va a leer un escrito que presentamos en una
jornada que organizamos. La pregunta concreta es: “Antes del manicomio, ¿qué?”
¿Hay una experiencia, algo para hacer? Es muy complejo pero no es cuestión de
culpar al chancho... Y es un problema. Nos quedamos culpando al manicomio que
es en sí mismo - por definición-, algo que no debería existir un solo segundo
más, como la cantidad de calabozos que hay en las comisarías, etc.
Equiparémoslo a eso, tiene que ver con eso. Es siniestro por donde se lo mire.
Ahora, si lo ponemos en el foco de la discusión, me parece que es errar el
camino, porque contra la violencia, contra la pobreza estamos todos... pero qué
hacemos nosotros cada dia con la matricula?
Invito
a mi compañera Karina a leer un escrito muy breve de Romina Calcagno.
Karina
Buenas
noches. “Camino a lo de Pedro. Recibo un llamado desde la UGC -Unidad de
Gestión Comunitaria, algo similar a los CGP de la Capital-. “Está Pedro acá. Te
paso que te quiere hablar”. “Romi, venite para acá porque hay una muestra de
pinturas que quiero mostrarte”. Una vez ahí, Pedro se convierte en curador de
la muestra. Recorremos una por una, deteniéndonos mientras Pedro relata lo que
ve en cada pintura, se hace presente en cada detalle, toma cuerpo con cada
obra. Durante el recorrido se produce un reencuentro con el arte, aparece a
cada instante el viejo artista que hay en él. Se percibe lo vivo, de lo que
tantas veces hablamos con mis compañeros. Al otro día, camino al trabajo, llega
un mensaje: “Estamos yendo a Open Door, internaron a Pedro”. La secuencia fue:
policía, hospital, psiquiatra desconocido, orden de internación, patrullero,
llegada a Open door, admisión. “Usted no
tiene criterio de internación...” Patrullero esperando afuera. Adentro, la
espera eterna de Pedro. Después de unas horas, esas que parecen días, la vuelta
a su casa, a su vereda, a su tierra. Qué del sistema, de la maquinaria, provoca
un contraste tan profundo en un mismo día. ¿Será lo funcional? ¿El sin tiempo?
¿Qué es lo que hace invisible el trabajo que se venía realizando junto a Pedro?
¿Qué permite que los policías digan: “Te esperamos, vos no estás para estar
acá...” Al otro día nos encontramos con Pedro. Tenía turno con la psiquiatra.
Mientras esperamos relata varias veces: “Conocí las puertas del infierno. Qué
mal está la gente ahí adentro. Lo pasé muy mal el tiempo que estuve”. Lo llama
la psiquiatra. le consulto si quiere entrar solo o que lo acompañe. Me
respondió que entraba él solo, y que después entre yo. Luego de la entrevista
salimos del consultorio. La psiquiatra nos acompaña hasta la puerta. Ya en el
pasillo se asoma el psiquiatra que dos días antes había ordenado la
internación... Se hizo un silencio un tanto tenso entre los cuatro. Sin saber
que pasaría comenzamos a caminar. Paso por delante del psiquiatra. Pedro se
detiene frente a él. Me quedo a un costado. ¿Qué hacer? ¿Qué orientación en ese
momento? Me abstuve, dejando que Pedro sea Pedro, soportando lo que incomoda,
transitando ese momento con el cuerpo, dejándole lugar a la pregunta sin
respuesta. Algo del dispositivo se hizo presente. Es al lado de Pedro. Pedro se
paró frente al psiquiatra, le tendió la mano, lo saludó. comenzó él una
conversación. Le preguntó cómo estaba, después le contó que lo pasó muy mal
allá, que había conocido las puertas del infierno, que era muy feo ese lugar...
Él ofreciendo una lectura, hablando-le. “Yo lo entiendo, debe haber estado muy
presionado usted ese día...” Otra vez, como en la muestra de pinturas, Pedro
tomó cuerpo, se hizo presente ahí, fue el artífice de una conversación posible.
Quizás a la distancia, luego de un trabajo, acá con ustedes y entre nosotros,
surjan algunos términos para seguir pensando... avanzar: abstinencia, agregar
tiempo, lo que sí de cada uno, lo vivo, encontrarse cada vez, cuidar el
camino...”
Muchas
gracias.
Vicente Galli
Estamos en la otra punta de las lógicas manicomiales, pero
justamente tratando de defender que el camino no sea hacia un caer en el
agujero negro de las lógicas manicomiales. Y ahí tienen lugar la mayor cantidad
de posibilidades de creatividad, de adaptación y de originalidad en relación
con cada problema que se presenta. Es allí donde nos faltan prácticas. Es allí
donde nos falta capacitación en los profesionales de la salud para moverse en
esos ámbitos. Es allí donde nos falta experiencia práctica para formar gente
fuera de los ámbitos defensivos de las instituciones en los monovalentes del
hospital general o aún en centros de atención primaria -CeSAC-, porque cuesta
ir a donde está la gente viviendo y moverse en los terrenos en que están. Las
prácticas comunitarias de salud mental son más complejas que las prácticas
intramuros... Es mucho más difícil hacer prácticas comunitarias que hacer
prácticas institucionalizadas. Se ve con Pedro... Frente al problema de Pedro,
si no hay esto, esto y aquello, el camino es hacia el Open door, o hacia el
manicomio que corresponda. Pero Pedro es un señor con recursos, un señor que se
puede defender si se le da la mínima manito para que eso se pueda hacer... Y
acá hubo un entorno que lo protegió.
Pero no solamente se trata de protección, sino de crear
cuestiones para... armar dispositivos personalizados e individuales. En la Ley
Nacional de Salud Mental y el Decreto reglamentario se habla de diagnóstico
interdisciplinario e integral que consiste en la “descripción de las
características relevantes de la situación particular de la persona y las
probables causas del padecimiento o sintomatología, a partir de una evaluación
que articule las perspectivas de las diferentes disciplinas que intervienen”.
No es diagnóstico válido el que se haga utilizando una clasificación de manual.
Y de paso les aclaro que el DSM 4 y 5 ya no se puede utilizar en el país. Se
pueden utilizar únicamente los manuales clasificatorios que correspondan a
producción nacional, que no hay, o los de organismos mundiales o
latinoamericanos de los cuales el país sea miembro. En ese sentido, el único
que se puede utilizar es el CIE 10 de la OMS, que es una organización
internacional de la que formamos parte. Pero ni aún así alcanza poner una
clasificación del CIE10. Lo que está diciendo es que muchas veces no hace falta
poner la clasificación. Si el psiquiatra necesita para su tranquilidad y su
super-yo arcaico poner una clasificación, tiene que poner el CIE10, que igual
va a tener que estudiarlo porque no lo conoce. Pero yo insisto en la
perspectiva de diagnóstico complejo. Es un diagnóstico hecho ...*, para este
caso el diagnóstico de situación y de contexto de Pedro y de quien sea.
La Ley de Salud Mental italiana, la 180, habla de tratamiento
obligatorio para personas que están perturbadas. Pero resulta que la lectura
del artículo muestra que no es el tratamiento obligatorio que obliga a la
persona a tratarse, sino que es obligatorio epara los trabajadores del centro
de salud mental correspondiente a la zona donde vive esa persona, quienes
tienen la obligación de encontrar el tratamiento adecuado que no burle o
traicione sus derechos de ciudadano, sus derechos humanos, su capacidad de
trabajar y todo ese tipo de cuestiones. Y donde esto funciona, no hace falta el
manicomio, aún para cuadros muy complicados, porque se hacen dispositivos
comunitarios, barriales. Cuando hicimos
un experimento “Convoca Barracas” -algo va a aparecer en lo que cuente
Soriano que es otra cosa-, durante dos o tres años de Boca y Barracas no hubo
que internar a nadie en el Borda o en el Moyano. Hubo que llevar dos personas
que fueron acompañadas por el programa Convoca Barracas. Todo se atendió dentro
del barrio, aún situaciones graves.
Pero hay que saber armar esos dispositivos, y eso implica
mucho intercambio de experiencias. Estas experiencias en ese sentido son muy
interesantes. Compartir balbuceos... no compartir experiencia hecha -aquí viene
el que sabe, el maestro...-. Para esto no hay supervisores que sepan... creo
que no existen los supervisores externos para los trabajos clínicos dentro de
la institución, porque no conocen el contexto de la institución. El supervisor
externo habla de un objeto/paciente que está
en su cabeza con las teorías que tiene, pero no está dentro de una institución,
entonces no se sabe del contexto institucional. Cuando uno está en la comunidad
hace falta gente con experiencia y nos pueden enseñar muchísimo quienes la
tienen. Lo que puede hacer el supervisor en ese caso, o el que comenta, es
participar de la experiencia del otro y ayudarlo a pensar su propia creación
del colectivo necesario para encarar esa experiencia u otras similares.
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