Dra. Alejandra Barcala
Buenas noches, voy
a intentar ser brevísima. En primer lugar quiero agradecerle a Mario Woronowski
por la organización de esta mesa y la posibilidad de participar ella, dado que
con esto se reconoce la relevancia que tienen las prácticas en el momento de
implementar una política pública que sea acorde con la ley nacional sancionada
al respecto. Y en ese sentido quiero compartir la experiencia acumulada, tal
como lo nomina esta mesa, en la construcción colectiva que fue el Programa de
Atención Comunitaria Niños, Niñas Adolescentes con problemáticas psicosociales,
con sufrimiento psíquico y social ( PAC).
Este programa fue una construcción
interdisciplinaria generada por un grupo de profesionales muy preocupados
respecto de una problemática emergente, que era el sufrimiento psíquico y
social de un número cada vez mayor de niños y niñas.
No voy a hacer un diagnóstico ni abundar sobre
la situación de la niñez y juventud, ya que adhiero al diagnóstico que planteó
Mario Ceolatto que lo hizo mucho mejor de lo que yo lo podría hacer. Solamente
agregaría que, a partir de la
preocupación que empezamos a tener en relación a estas mismas problemáticas,
nos planteamos la necesidad de rescatar la historia y la experiencia previa ,
para poder poner en marcha un dispositivo que diera justamente respuesta a las
nuevas demandas que recibíamos los servicios de salud. Muchos maestros nos
acompañaron en la construcción de este dispositivo. Entre ellos Vicente Galli,
que está acá, y también a Julio Marotta, Rafael Paz, Emiliano Galende, Alicia
Stolkiner y especialmente Silvia Bleichmar, que fue quien nos enseñó a pensar
desde una perspectiva psicoanalítica de qué manera los traumatismos sociales
tenían un impacto importante en la subjetividad de los niños, niñas y
adolescentes. También recordaría que en los 90 los servicios de salud
comenzamos a participar con cierta complicidad de un proceso que se iba
instalando, el proceso de medicalización en la infancia, cuyo circuito
consistió en la estigmatización diagnóstica, la exclusión y, finalmente, la
internación de niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad psicosocial.
Se constituía así una nueva biopolítica en la cual los niños con problemáticas
psicosociales, al decir de Bauman constituían “desechos humanos”, para quienes
el único lugar posible era finalmente la institucionalización y el manicomio.
En este sentido, nos reunimos, reflexionamos
sobre estas problemáticas, diseñamos y construimos el PAC, proyecto que pusimos
en marcha en el año 2005. Tuvimos la suerte de que en ese momento el director
de Salud Mental del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires fuera Ricardo
Soriano, que nos escuchó e hizo posible que este proyecto que surgía de los
trabajadores tuviera un lugar dentro de la política de la Dirección a su cargo.
Fue así como nos constituimos en un programa reconocido en ese ámbito e
integrado a su plan de Salud Mental. Y creo que fue importante porque el PAC
fue un programa al cual adhirieron y en el cual participaron todos los equipos
de niños de los servicios de salud que en ese momento estábamos organizados en
Red.
Entonces, al implementar un programa de cuidados
integrales territorializados para el conjunto de los niños, niñas y
adolescentes, pusimos en tensión el tema de la especificidad y planteamos la
necesidad de expandir la experiencia a todos los hospitales y a los Centros de
Atención Primaria (CeSAC). En este sentido, seguramente Marcela Corin,
directora del CeSAC 24, se va a referir a lo hecho en su centro de salud para
generar una atención territorializada y dar respuesta a los niños y niñas cerca
de los lugares donde viven.
En el PAC partimos de una concepción
psicoanalítica como herramienta para pensar la subjetividad. Pero no podíamos
dar solamente una respuesta clínica sino que teníamos que incluir la dimensión
de la inclusión social. Pensar si los niños y niñas iban a las escuelas, a los
clubes, si tenían relaciones con otros niñas y niñas, y favorecer estrategias
de inclusión.
Para ello elaboramos un dispositivo que Julio
Marotta llamó de “elaboraciones compartidas”, en el que extendíamos el trabajo
interdisciplinario a una práctica intersectorial. Así, los integrantes de los
servicios de salud nos reuníamos una vez por semana con los de las escuelas,
del Consejo de Derechos de niños, niñas y adolescentes, y de los hogares de niños, entre otros (porque
muchos de estos chicos- los de mayor nivel de vulnerabilidad- por lo general
estaban internados en hogares que
finalmente constituían instituciones psiquiátricas encubiertas), dado que la
complejidad de las problemáticas hacía que no fuera posible pensar e
intervenir desde una sola perspectiva.
Implicaba un pensamiento complejo que además ponía en juego diferentes actores
participando en esta situación.
Este espacio de elaboraciones compartidas nos
permitió no reproducir la lógica de exclusión social, sino intentar generar un
proyecto singular para cada chico, que tuviera en cuenta las particularidades
de cada uno y cada una, a partir de un proceso de historización y
simbolización. Así como lo habíamos hecho en la construcción del PAC,
historizando las prácticas anteriores a la nuestra y reformulándolas
creativamente para dar respuesta a la situación actual, el espacio de
elaboraciones compartidas, la construcción del proyecto singularizado y la
historización nos permitían acompañar a los niños, niñas y adolescentes en ese
trayecto por aquel momento de su vida.
Tuvimos otro aporte central, que fue nuestro
encuentro con la experiencia de reforma psiquiátrica italiana. Fue central por
muchísimas razones, pero quiero mencionar especialmente a partir de ella la inclusión y el énfasis en
la escucha de la voz de los niños, niñas y de las familias, y su participación
en las estrategias. Hasta ese momento nosotros veníamos trabajando en el
Hospital de Día, desarrollando una
práctica interdisciplinaria e intersectorial. Pero a partir de este
intercambio, el reconocimiento y dar lugar a la voz de “usuarios” fue central. A mí me cuesta usar este término cuando
me refiero a niños y niñas, pero nos
permitió el cuestionamiento de la palabra “paciente”, tan propia de las lógicas asistenciales de los
servicios. Entonces, empezamos a incorporar a los niños, niñas, adolescentes y
sus familias a las reuniones de elaboraciones compartidas para generar
estrategias conjuntas. El protagonismo de los jóvenes modificó las prácticas
sustancialmente.
Este fue uno de los ejes que más transformó
nuestro modo de trabajar, si bien es cierto que ya en el comienzo –la mayoría
habíamos comenzado a trabajar con niños y niñas en el año 1989– habíamos
tratado de incluir el enfoque de derechos. Todavía no estaba promulgada la ley nacional, pero comenzábamos a pensar desde este enfoque.
A poner en tensión las lógicas asistenciales y la lógica de
derechos, y empezar a preguntarnos
respecto de la perspectiva de ciudadanía que planteaban.
Para terminar, dos o tres cuestiones que me parecen
interesantes compartir sobre el PAC como experiencia acumulada. El programa
dejó de funcionar en 2012, cuando fue desarticulado por la directora de Salud
Mental de la gestión macrista. Lo desarticuló por estar sostenido en una lógica
de derechos que evitaba la institucionalización psiquiátrica de los niños,
niñas y adolescentes intentaba generar dispositivos adecuados para estos chicos
en situación de vulnerabilidad psicosocial, así como evitar internaciones
recurrentes y prolongadas en el hospital psiquiátrico. A partir de esto
aprendimos que las prácticas pueden ser muy buenas pero son muy vulnerables si
no están incorporadas en una política pública, en especial en los momentos de
cambio de gestiones. Nos pareció entonces que no habíamos logrado instalar del
todo esta modalidad de trabajo. Si hoy tuviéramos que implementar nuevamente el
PAC, muy probablemente lo pensaríamos más fuertemente articulado en el
territorio, vinculado a espacios de salud más amplios, como por ejemplo son los
CeSAC, y no directamente vinculados a una dirección de Salud Mental. Y
enfatizaríamos la necesidad de generar al mismo tiempo una concientización y
cambio cultural, que apoye y promueva un
movimiento social con posibilidad de
defender este paradigma. Más allá de que a nosotros nos acompañaron muchos padres,
familiares y referentes afectivos que lucharon para evitar el cierre del
Programa.
Fue difícil. La infancia está siempre ausente de
las políticas de Salud Mental. Históricamente los niños, niñas y adolescentes
no tuvieron mucho lugar en ellas. Creo que hoy es uno de los problemas
centrales que tenemos en el campo de la salud mental y, aunque no sabemos si es
así, esperamos que hayan quedado marcas de esta experiencia.
Porque lo que aprendimos y podemos transmitir
como experiencia acumulada es que es posible un modelo de atención que evite la
institucionalización psiquiátrica, que constituya subjetividad en el encuentro
con el otro, que favorezca la trama colectiva, el lazo social y que, sobre
todo, permita la construcción de un proyecto y de la posibilidad de un futuro
que es el derecho más vulnerado que tienen estos niños y niñas y adolescentes,
la posibilidad de proyectarse en un futuro.
Vicente Galli
Una muy breve intervención retomando la conclusión de
Alejandra. El camino al manicomio comienza desde la primera infancia, aunque
sean buenas las condiciones de vida, aunque pertenezca a la clase más rica. Son
los años en que, desde la perspectiva de algunos autores psicodinámicos y
psicoanalíticos, si no se desarrolla en esos momentos una psicosis infantil, la
potencialidad psicótica queda latente
para aparecer en la adolescencia o en circunstancias de la vida que la pongan
en juego. Esto es así visto individualmente, pero visto en contexto hace a la
creación de estos dispositivos donde la posibilidad de brindar un proyecto de
futuro distinto a la persona que desde niñito comienza a estar muy perturbada,
muy afectada por el ambiente, muy afectada por el contexto, muy afectada por la
fragilidad en la que entró en la hominización, en la cultura, estos pequeños
usuarios a los que se les devolvió la voz y se los oye como partícipes del
proyecto son una bandera para mirar muy en serio.
En italiano usuario es “utenti”. Suena mejor, el “utenti”
“utiliza”, tiene que ver con utensilios, se ve de esa manera. Es la palabra que
usaban para hablar de enfermos. Y es la palabra que tiene que ver con el
sistema social de la región de Friule, Venezia Giulia, donde la reforma
psiquiátrica surgió en épocas de manejos socialistas de esa comuna. A los
ciudadanos se los llama usuarios de los servicios públicos, el ciudadano
utiliza los servicios, tiene derecho a la utilización de los servicios, y lo
que se le intentaba devolver era la posibilidad de utilizar todos los servicios
de una manera adecuada y no ser segregados de esa utilización. Me parece que
esta perspectiva es muy importante para todos los dispositivos de los que
estamos hablando.
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